""El Cuervo de Oro"

                                                                                          

                                                                                       por John Pérez-Sampedro    

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autorización escrita.
 

Mi más sincero agradecimiento a mi esposa Mary



 
Prólogo
 

 

A través de los años me he podido dar cuenta que son pocos los hombres y mujeres que pueden recordar los años de su niñez con agrado. Yo tuve la suerte de haber nacido en un hogar donde se cumplían estrictamente las reglas de la ética y la moral, pero sobre todo, un hogar lleno de amor y comprensión que me dio las bases que yo necesitaba, no solo para ser feliz, sino, también para lograr la felicidad de los que me acompañan en esta aventura maravillosa que es la vida. Es precisamente esa forma de mirar la existencia como una maravillosa aventura, lo que me ha dado la perspectiva apropiada para escribir este libro. Espero que a través de sus páginas algunos de ustedes. encuentren ese mundo especial de fantasía, donde solo pueden entrar los niños y los que nunca hemos dejado de serlo.



La Casa de las Brujas
 

Capítulo I

 

 

 

 

 


Desperté de un sueño profundo, había dormido toda la noche sobre el brazo izquierdo, lo froté instintivamente. Mis pensamientos eran confusos, solo podía concentrarme en el fuerte olor a café que inundaba el pequeño cuarto. Vagamente escuchaba las voces de Jorge, mi hermano menor y mi hermana Miriam hablando con mi mamá en la cocina. Mi hermano mayor vivía con mi tía en Nueva York. Escuché atento por unos instantes para cerciorarme que no hablaban de mí, antes de respirar con alivio. Mi secreto no había sido descubierto, de pronto me vino a la mente lo acontecido la noche anterior y un escalofrío recorrió mi espina dorsal. Aquello había sido algo increíble y me sentí orgulloso de mí mismo. Sentí un peligroso deseo de contárselo a todo el mundo, pero deseché de inmediato la idea por descabellada, además, nadie me creería. Con la mirada fija en el techo blanco del cuarto que compartía con mi hermano, comencé a recordar los eventos de la noche anterior. Todo lo planifiqué cuidadosamente, la pequeña frazada que sería mi montura, las riendas que hice con una soga, como esperé a que fuera una noche de luna llena y como me hice el que dormía cuando mi mamá vino a darme el beso de costumbre. Vivíamos en una pequeña casa en las afueras de la alegre y bulliciosa ciudad de la Habana. Saltando el muro de concreto que cercaba nuestro pequeño patio, lo cual hacía a menudo, me encontraba con las líneas del tren y más allá, la primera cerca de los potreros de caballos. Me gustaba cortar camino regresando de la escuela, pero no era por tener prisa en llegar a mi casa, sino, por una obsesión que tenía de contemplar los caballos pastoreando en el potrero y soñar que los montaba y galopaba sobre ellos por la sabana que se perdía en el horizonte. Llevaba varios días planeando mi escapada nocturna y esa noche, después de cerciorarme que todos dormían, me deslicé entre las sombras de la casa en penumbras. Abrí la puerta trasera sigilósamente y ya en el patio, salté rápidamente el muro de concreto que me separaba de mi sueño. Las líneas del tren brillaban extrañamente bajo la azulada luz de la luna y más allá, se divisaba la cerca y los caballos. A medida que me acercaba al potrero, me parecía que la cabeza me iba a explotar, los latidos del corazón los sentía en todo mi cuerpo y por solo unos instantes la vista se me nubló. Pensaba saltar la cerca, ese era mi plan original, pero cuando puse un pie sobre la primera línea de alambres de púa, me di cuenta que cedían casi tocando el piso, rápidamente me deslicé entre la segunda y la tercera línea de la cerca . Desde ese momento en adelante, todo me pareció como un sueño, me encontraba dominado por una extraña fuerza interior que me obligaba sin que yo tuviera nada que decir al respecto.
El caballo era más grande y sobre todo, más alto de lo que yo había calculado desde el otro lado del potrero. No había tenido dificultad en ponerle la frazada o las improvisadas riendas. Pero, ¿cómo montarlo? Yo era delgado, de cabellera rubia y ojos verdes mi altura era considerada más del promedio para mis once años, pero insuficiente para la altura de aquel bello animal de pelo carmelita y ojos eternos que me miraba calmádamente ignorando mi excitación. Lo conduje suavemente por las improvisadas riendas hacia una roca y de pronto me encontré encima del caballo. Por unos instantes que me parecieron una eternidad, me quedé paralizado sin saber que hacer, en una mezcla de miedo y confusión. Léntamente, agarré las riendas y tiré de ellas suavemente. El caballo sorprendido levantó su cabeza y miró hacia atrás como para decirme algo, pero las palabras no eran necesarias, yo lo entendí perfectamente. Comencé a hablarle con una voz susurrante, contándole mis planes y prometiéndole mi amistad sincera y eterna; en dos ocasiones me pareció que él asentía con la cabeza. De pronto comenzó a andar, primero lentamente y después a un paso más rápido, pero el trote, aunque moderado, resultó demasiado para la pequeña frazada que utilizaba de montura, la cual, como si hubiera cobrado vida, se deslizaba a cada paso por todo el caballo, menos quedarse en el centro del lomo, donde yo la necesitaba para que me separara de la bestia. Tiré de las riendas suavemente, el caballo se detuvo; por unos instantes permanecí inmóvil. Por primera vez me percaté del ensordecedor canto de los grillos, el olor a monte se hizo más intenso, no podía creer que lo hubiese logrado. Fue el caballo el que me trajo a la realidad dando un paso súbito hacia delante como si fuera a emprender una carrera, instintivamente acorté las riendas un poco más, mientras le decía suavemente; Uoh, uoh. Mi nuevo amigo pareció entenderme y comenzó a comer hierba apaciblemente.
Miré a mi alrededor, ante mi se presentaba un paraje surrealista. La luz de la luna resaltaba las figuras nocturnas, haciéndolas parecer sujetos sepulcrales. Era mi primera vez sobre un caballo, me sugestioné por un instante, pero rápidamente me repuse. No iba a tener miedo. Llené mis pulmones del aire de la noche y hundí mis zapatos en sus lados suavemente, para mi asombro, el potro emprendió un paso ligero, pero esta vez la frazada y yo nos pusimos de acuerdo. Practiqué dirigir el caballo para la izquierda y luego para la derecha, le di la vuelta completa y cuando me hube cerciorado que ya era todo un experto, nos dirigimos sin vacilar hacia un viejo río que se adivinaba en la lejanía.
- Juanito levántate que ya son las 11:00 de la mañana.
La suave voz de mi madre interrumpió mis pensamientos y antes de que pudiera contestar, volvió a llamarme, esta vez con una mezcla de autoridad y negociación.
- No te hagas el dormido, ven a desayunar que te he preparado algo que te gusta.
Me acerqué a la mesa de madera con cuatro sillas y a la vieja vitrina que llenaban una esquina de la espaciosa cocina, la cual hacía también las veces de comedor, los fogones eran de mosaicos y la cocina de gas, mi madre la mantenía muy limpia y empleaba largo tiempo limpiando el tizne de los calderos de hierro, los cuales mostraba con orgullo colgando del techo sobre el mostrador. Mi hermanito Jorge era tan solo un año menor que yo, pero por ser más menudo y enfermizo, mi madre lo mimaba demasiado y no era fuerte como yo, por eso no compartía de todas mis aventuras .
- ¿Donde está papi? - Pregunté interrumpiendo el silencio con la boca llena de comida mientras empujaba el plato suavemente hacia el centro de la mesa.
- No hables con la boca llena, eso es mala educación, contestó mi madre. A tu padre lo llamaron hoy a trabajar, lo cual es bueno porque los sábados le pagan tiempo y medio, explicó mi madre con esa voz musical infantil que la caracterizaba y que por cierto le venía muy bien por su figura esbelta y pequeña y su cabellera rubia y ojos claros, al igual que su nombre, Dulce. Cuando joven, ella cantaba en una emisora de radio en Santiago de Cuba, su ciudad natal, cosía por su cuenta y atendía la casa, pero en mi opinión lo que mejor hacía era cantar. A todos nos gustaba escucharla.
Casi sin darme cuenta, salté el muro trasero y me encontré sentado en las oxidadas líneas del ferrocarril, con la mirada puesta en los caballos que pastoreaban más allá de la cerca. Era un día nublado y la fina llovizna que había caído durante la noche no había dejado charcos, pero había limpiado el ambiente y se respiraba una frescura no muy usual de un medio día de mediado de Julio. Las voces de mis amigos Eliecer y Manolo interrumpieron mis silenciosos planes para la escapada de esa noche
-Oye Chichi, -Ese era mi apodo algunos me llamaban “ el loco,” porque siempre estaba inventando algo descabellado. En mi casa me llamaban Juanito, .
- ¿Para dónde van Uds con las ropas del domingo? Contesté, respondiendo el saludo de mis amigos con una pregunta. . Las ropas no eran tan de domingo, pero lo que sí había notado diferente, era el exceso de vaselina que se habían echado en la cabeza alisándose el pelo a lo Carlos Gardel; se los dejé saber entre carcajadas.
-Cállate Juanito, - respondió Elieser, bueno Te vinimos a invitar a la matiné, hoy hay cuatro películas en vez de dos y nada más que cuestan 25 centavos. Además si no los tienes, nosotros te los pagamos, mi mamá nos dio también para rositas de maíz, insistió Eliecer.
-Gracias pero tengo cosas que hacer, nos vemos luego.
Mis amigos se encogieron de hombros y a medida que se alejaban, mis pensamientos volvieron a centrarse en la aventura que me esperaba esa noche. Tenía que arreglar el problema de la montura, ponerle una tira a la frazada y amarrársela a la barriga del caballo, pero no podía volver a montarlo como lo había hecho la noche anterior que no pude llegar al río. El sol comenzaba a caer implacablemente sobre la sabana y las líneas del tren donde yo estaba sentado parecían hervir. Como tantas veces, me llamó la atención el espejismo que formaba a lo lejos el vapor de agua escapándose del suelo, tal pareciera que extrañas figuras de luz anunciaran con su extraño baile la llegada del medio día. Me puse de pie tratando de recordar cuando había sido la última vez que había pasado un tren por esa vía y no lo pude hacer. Mientras caminaba por el medio de la vía saltando de un tronco al otro, arrastrando a mi paso la gravilla blanca que llenaba los espacios entre los maderos, comencé a idear un plan que aún para mis propias normas era totalmente descabellado. Para ello necesitaría la ayuda de todos los miembros de la pandilla, pero si lo logramos, la recompensa no tendría límites, pensé. Recordé que a menos de un kilómetro de distancia había una fundición que compraba todo tipo de metales para hacer lingotes y vendérselos a los Estados Unidos para fabricar equipo bélico. No me gustaba pensar en la guerra, mi tío Manolo peleaba en la marina americana y hacía rato que no se recibían sus cartas, todos evitábamos hablar de ese tópico. La proximidad de la fundición me hizo regresar a mis planes, varias veces le había llevado pedazos de chatarra la cual ellos pagaban según lo que pesara, pero siempre recibía en recompensa una pequeña fortuna. Por supuesto, el negocio tenía mucha competencia, todos los muchachos del barrio recogían chatarra y ya no se podía encontrar ni un clavo. Al pasar por el gigantesco y oxidado portón de la fundición y adentrarme en ese extraño mundo donde todo era metal, sentía como mi pulso se aceleraba y mi imaginación tomaba posesión de mi mente racional. Allí pasaba a veces horas entre las lomas de chatarra, reconstruyendo en mi mente sus formas originales, velocípedos, fregaderos, rejas , todo lo que un tiempo fue y ahora casi no es, yacía allí inerte y olvidado . Sentí lástima por ellos ahora desechados e inservibles. Pensé que las cosas tienen alma y cuando las lanzamos al rastro del olvido, sufren como nosotros el abandono. Mi suspiro profundo fue interrumpido por la voz de trueno del sereno que se me acercaba a pasos agigantados y en tono autoritario volvió a preguntarme:
- ¿Que haces aquí?, pa fuera, los niños no pueden entrar aquí.
Me volví para contestarle pero antes que pudiera hablar, él me dijo en un tono más suave,
- Oh eres tú Juanito. ¿Que traes chatarra ?
- Hola Pedro contesté, no, hoy no, pero quiero saber si pueden comprar un pedazo de línea de tren
El Viejo me miró como estudiándome por unos segundos antes de contestarme. Era un hombre de gran estatura y corpulencia. Siempre vestía con la misma ropa y nunca lo había visto sin su deformado sombrero de paño y el pequeño tabaco apagado que mantenía siempre entre los labios, aún mientras hablaba. Los muchachos del barrio le llamaban Barba Roja como al pirata y era cierto que había un parecido. Su tupida barba, al igual que su espesa cabellera, había sido parcialmente blanqueada por los años y su piel curtida por el sol acentuaba aún más sus pequeños y penetrantes ojos, dándole un aspecto amenazador. Una gigantesca hebilla dorada sostenía a duras penas el ancho cinturón de piel negra que ceñía su inmensa cintura, del cual colgaba un enorme machete cuyo mango él sujetaba mientras caminaba. Para completar el parecido con el siniestro personaje, un par de botas negras con puntas de metal se alzaban hasta sus rodillas Todos le tenían miedo, menos yo y el lo sabía, por eso quizás me trataba diferente. Al fin contestó.
-Si, todo lo que sea metal y lo pases por esa puerta para dentro, lo compramos.
Le di las gracias y salí lentamente del patio de la fundición. Una vez a fuera, comencé a correr lleno de júbilo, tenía que localizar a la pandilla y contarles mi plan. Encontré a Goyo, así le llamaban a mi amigo Elieser, con su hermano Manolo, Héctor y otros compañeros a la salida del cine, les dije que habría una reunión en la casa de las brujas, porque tenía algo muy importante que contarles. Todos accedieron de inmediato, la urgencia con que los invitaba a reunirnos y algo en el tono de mi voz los convenció que no debían faltar a la reunión la cual acordamos para las ocho de esa misma noche. Héctor se encargaría de avisarle al resto de la pandilla. La tarde pasó lentamente y finalmente llegó la hora de la cena, como de costumbre la familia completa se sentó a la mesa para compartir las experiencias del día. Cenar juntos era una regla estricta que ningún miembro de la familia se atrevía a violar, ni Juanito. Mientras fingía que escuchaba las narraciones de las experiencias que los demás habían tenido durante el día, me concentraba en los detalles del plan, el cual poco a poco tomaba forma en mi mente. La voz de mi padre interrumpió mis pensamientos cuando refiriéndose a mi le comentó a mi madre:
- Me asusta que Juanito esté tan callado, algo se trae entre manos.
- Es cierto, así ha estado desde hace unos días, respondió mi madre.
- La última vez que estuvo callado de esa forma fue cuando el incidente de la vaca. - Siguió diciendo Toñito. Así le llamaban a mi padre.
- No me lo recuerdes - respondió Dulce también en un tono de preocupación . Antes que Toñito pudiera continuar, mi madre se dirigió a mis hermanos que escuchaban atento:
- ¿Ustedes saben que es lo que trama Juanito?
Miriam y Jorge se miraron como interrogándose y haciendo un gesto negativo con los labios confesaron que no tenían la menor idea, Miriam que era un año mayor que yo no me ayudó en nada cuando comentó:
- Yo no se en que anda, pero no puede ser nada bueno, porque no me ha comentado nada.
- Ni a mi tampoco, -asentó mi hermano.
Levantándome de súbito de la mesa y haciendo alarde de mis facultades teatrales, respondí:
- Caballeros ustedes la tienen cogida conmigo, yo no ando en nada, lo que pasa es que, hace días que me duele la cabeza y no me siento bien, eso es todo.
- Eso es una mentira, - respondió mi hermana en un tono acusador.
-! Basta ya! - interrumpió mi padre,
-Es posible que se sienta mal, en estos meses de verano a todos nos amenaza la gripe. Por cierto, hablando de gripe, esta mañana leí en el periódico que acaban de descubrir una medicina maravillosa que se llama penicilina.
Miré el viejo reloj de pared, eran las 7:30 yo quería ser uno de los primeros en llegar a la reunión.
La Casa de las Brujas le llamábamos a las ruinas de una mansión abandonada de dos pisos, la cual perteneció a los dueños de un ingenio azucarero durante la era colonial La inclemencia del tiempo dejó su rastro en la vieja estructura, las ventanas sin cristales, algunas colgando milagrosamente de sus corroídas bisagras, jugaban con el viento chillando y golpeando las gruesas paredes de piedra cubiertas de siglos. La mayoría del techo se había desplomado, llevándose consigo al caer lo que fuera el piso superior. Lo único que quedaba intacto era la vieja cocina, con sus hornos de ladrillos rojos y sus alacenas de piedra. A través de la angosta ventana de la cocina, se podía divisar un pequeño patio interior habitado solo por los hambrientos moradores del mundo vegetal. Solo un inmenso tinajón camagüeyano, semi cubierto de musgo y las corroídas argollas por donde se alzaba la compuerta que cubría la cisterna, quedaban como eternos testigos de lo que otrora fuera una mansión llena de luces y risas. Los moradores del area, se habían encargado de pasar de una generación a otra, los relatos llenos de misterio y superstición, la mayoría, historias de apariciones y extraños ruidos que supuestamente emanaban de la vieja mansión. Por mi parte, les puedo asegurar que por lo menos en la actualidad, la mayoría de las apariciones son producidas por nosotros mismos, que utilizamos a menudo la vieja estructura para nuestras reuniones. Por otro lado, tampoco descartamos que los fantasmas habiten en la vieja casona y es por eso que cuando la visitamos, lo hacemos en grupo. Por supuesto, nadie reporta más apariciones y ruidos que los mismos miembros de la pandilla, garantizando así, la privacidad de nuestro local.
Entré a la casona por la pequeña puerta trasera que daba directamente al pequeño patio, Héctor estaba recostado al viejo tinajón, mientras que Manolo y Goyo se hallaban sentados contra la pared, más allá en la antigua cocina se hallaba Graciela, la cual, cuando me vio llegar se acercó rápidamente. Graciela era la única chica en la pandilla y todos le teníamos gran aprecio, pensábamos que era valiente, decidida y sobre todo ,que guardaba los secretos. Además, ella pasó con honores la prueba del fuego, requisito indispensable para poder pertenecer a Las Águilas. Así llamábamos a nuestro pequeño, pero exclusivo grupo.
-¿Ya está aquí todo el mundo ? , - Fue mi saludo cuando entré
- El único que faltaba eras tú -respondió Manolo levantándose del piso mientras se sacudía los pantalones.
- Yo le pedí a Héctor que le dijera a todo el mundo a las ocho
- Así lo hice -respondió Héctor de inmediato.
- Bueno este es el plan: ¿Recuerdan hace unos meses cuando visitamos el hogar de los viejitos y les prometimos que volveríamos con regalitos para todos?
- Si , pero, ¿ de donde sacamos el dinero ? -preguntó Goyo antes que yo pudiera continuar.
- A eso voy , tengo un plan para conseguir todo el dinero que necesitamos y mucho más.
-¿Todos conocen la línea del tren que está detrás de mi casa? Nunca pasan trenes por esas líneas y están ahí desperdiciadas. Yo fui a la fundición esta tarde a hablar con Barba Roja y el me dijo que todo lo que sea de hierro y se lo pongamos en su lote, él lo compra.
- Espera un momento -interrumpió Graciela, ¿tu no pretenderás vender las líneas del tren?
- Chichi, de todas las locuras que se te han ocurrido está es la más loca, ahora si que estás arrebatado -afirmó Manolo dando unos pasos nerviosos y finalmente sentándose en el piso junto a su hermano Goyo.
- Un momento caballero interrumpió Héctor el cual había permanecido callado escuchando los argumentos. Dejen que Juanito termine el plan. Es verdad que la línea está ahí oxidándose, nunca se usa, y los viejitos necesitan de nuestra ayuda, pero mi pregunta es primero, ¿como la vamos a arrancar y después, como la vamos a llevar a la fundición?
- Señores, vamos a aclarar que yo no estoy proponiendo arrancar las líneas del tren, ¿todos saben donde está el tanque de agua abandonado? bueno entre el tanque de agua y las líneas del tren, cubiertas por las yerbas altas, descubrí una sección de línea que no va a ninguna parte. Escuchen bien -continué , - la caja de herramientas del ferrocarril que está junto al tanque de agua tiene todo lo que necesitamos para levantar los clavos que sujetan esas línea abandonadas .
-Si pero, ¿como la cargamos ? Esa línea debe de pesar cientos de libras - preguntó Graciela en un tono de preocupación.
-No te preocupes - me apresuré a responderle - somos suficientes para cargarla, pero si resultara muy pesada, lo haríamos de la misma forma que los antiguos egipcios movían las grandes piedras para construir las pirámides. Es decir, usando carriles hechos de troncos y rodándola sobre ellos.
-Yo se que no va a hacer falta - saltó Héctor enseñando con orgullo sus pronunciados bíceps. Héctor era un negro alto y corpulento, su eterna sonrisa exhibía unos dientes que aparecían aún más blancos por el contraste que hacían con su piel de ébano. Sus padres habían muerto en un accidente cuando era muy pequeño y desde entonces , vivía con su tía Mercedes, Aún así, tenía una aptitud muy positiva de la vida y todos lo queríamos como a un hermano.
-Bueno, si les gusta la idea, la pondremos a votación -dije en voz suave tratando de no sonar muy autoritario, pero era obvio que todos estaban entusiasmados. El voto fue unánime y se acordó comenzar el proyecto el próximo domingo por la mañana, cuando todo el mundo estaría en la Iglesia. Manolo sugirió bautizar el proyecto con el nombre de “Proyecto Pirámide, todos aceptamos de inmediato. Ya estábamos despidiéndonos, cuando de súbito ocurrió un derrumbe acompañado de un ruido infernal proveniente del salón central. Todos quedamos paralizados mirándonos unos a otros con expresiones de sorpresa. Por unos instantes nadie movió un músculo. De pronto, para nuestro asombro, comenzaron a escucharse unos gemidos de dolor, los cuales parecían provenir de la vieja chimenea. Como un resorte, todos nos adentramos en el viejo salón para indagar, pero ya no podíamos oír los quejidos. Nos hicimos señas unos a otros poniendo nuestros índices sobre los labios en señal de silencio para poder escuchar. -Habrán de verdad espíritus en La Casa de las Brujas - me pregunté. Por breves segundos, sin movernos, todos guardamos silencio mirando a nuestro alrededor. Desde el centro del salón principal y a medida que el polvo levantado por el derrumbe se iba disipando, se podía ver claramente todo alrededor. La luz plateada casi fosforescente de la luna entraba libremente a través de lo que en un tiempo fuera el techo de la casona, su potente claridad iluminaba la estancia produciendo sombras extrañas que parecían duendes acechando en las tinieblas.
- ¿Quien anda? - Preguntó de pronto Goyo dirigiéndose a la vieja chimenea. Rápidamente saqué una pequeña linterna de mi bolsillo trasero y alumbré la parte interior de la chimenea. De pronto, la luz iluminó el rostro de lo que parecía ser un muchacho cubierto completamente de tizne negro, solo sus grandes ojos llenos de lágrimas se alcanzaban a ver contra el contraste de las obscuras paredes cubiertas de hollín.
- ¿Que haces ahí ? - le pregunté
- ! Nada ! - contestó el extraño sujeto de inmediato - yo no hice nada - repitió casi entre sollozos la voz de la chimenea.
- ¿ Estás herido? ,
- No creo, pero el tono de su voz no era convincente.
-Sale de ahí - le ordené con voz autoritaria, el chico se incorporó lentamente y finalmente salió al centro del salón bañado por la luna,
-Yo no he hecho nada - volvió a repetir con voz nerviosa
-Bueno y entonces que haces aquí. -Le preguntó Graciela
-Me acabo de mudar recientemente a la barriada y tenía curiosidad por ver la Casa de las Brujas, cuando me acerqué, oí ruidos y fui a investigar, pero no podía entrar por delante, entonces me encaramé por la chimenea y se cayeron las piedras,
- Y que hacías dentro de la chimenea? -preguntó Héctor
- Tenía miedo, pensé que ustedes eran fantasmas y me escondí en la chimenea. Mi nombre es Abraham y me gustaría ser sus amigos - contestó el muchacho sacudiéndose el hollín y visiblemente más animado ahora que sabía que éramos de este mundo.
- ¿Que escuchaste de lo que estábamos hablando? le pregunté tratando de ocultar mi preocupación, fingiendo un tono casual, al mismo tiempo que le ofrecía mi pañuelo para que se limpiara la cara .
-¿Que escuché , no sé, gente hablando, enseguida me resbalé y........
-Bueno -le interrumpí antes que pudiera terminar la palabra, nos alegra que no te haya pasado nada, pero ahora tienes que prometernos que no dirás a nadie que nos vistes aquí y que no regresarás a menos que te invitemos. Abraham asentó con la cabeza y devolviéndome el pañuelo se dirigió lentamente hacia la puerta trasera que lo llevaría a la calle, pero antes de llegar a la puerta se volvió y preguntó:
-¿Que tengo que hacer para ser parte del grupo?
- Eso hay que someterlo a votación, tendrías que pasar la prueba del fuego, ya veremos, hablamos mañana en el parque después de la escuela.
Como era la costumbre entre los miembros de Los Águila, nos despedimos chocando suavemente los puños con los brazos extendidos y salimos en silencio de uno en uno para no ser vistos. Yo fui el último en salir, quería estar solo para tratar de poner en orden mis pensamientos, mucho había acontecido en unos días y encima de todo, las vacaciones habían terminado y mañana comenzaríamos un nuevo curso escolar. Los recuerdos de los caballos acudían atropelladamente a mi mente pero no me quedaba otro remedio que posponer por el momento mis escapadas nocturnas. Quizás en la próxima luna llena pensé . Ellos esperarán por mí.








         La prueba de fuego
 

                                                                Capítulo II





Eran las 8:00 de una mañana soleada con pocas nubes en el cielo y la camisa blanca almidonada, con la obligatoria corbata azul de mi uniforme, no ofrecía ningún alivio al calor que parecía un poco menos soportable que de costumbre.
La escuela era moderna, de un piso solamente y había sido construida en forma de H para aprovechar al máximo la luz y el aire que entraban a través de las persianas de pino fabricadas en la isla. Los pisos eran de granito y las cuatro largas hileras de pupitres que apuntaban al inmenso escritorio de madera de la maestra, eran como una promesa del intercambio social que nos aguardaba. Yo necesitaba espejuelos, pero no los usaba para que no me dijeran cuatro ojos, además, no eran muy prácticos en caso de alguna pelea. Había llegado temprano para escoger mi puesto desde donde pudiera ver más de cerca la pizarra, pero también quería estar cerca de la ventana. Me gustaba mirar hacia el patio interior sembrado de plantas exóticas, a la sombra de enormes framboyanes de flores color naranja.
Miré a mi alrededor, me percaté de algunas caras nuevas, entre ellas, divisé la de Abraham, el cual cuando me vio se dirigió a mi con una amplia sonrisa en los labios. Casi no lo reconocí sin el tizne en la cara, su piel era más blanca de lo usual, su nariz afilada y sus labios finos. Cuando llegó a mi lado me sorprendió con el saludo de Las Águilas, no dije nada, respondí el saludo con la mitad de una sonrisa, pero cuando iba a preguntarle quien se lo había enseñado, la campana sonó como un estruendo marcando el inicio de la clase. El bullicio en los pasillos se convirtió en pandemónium cuando todos trataban de entrar a las aulas al mismo tiempo. De súbito, el silencio substituyó la algarabía lo cual me hizo levantar la cabeza y detectar de inmediato la extraña figura que hacía su entrada cargado de libros y rollos de mapas. Se sentó en el escritorio ordenando los papeles, mientras su penetrante vista recorría el aula estudiando a cada uno de nosotros.
Cuando hubo terminado, puso sus gigantescas manos sobre el escritorio como para coger impulso y se levantó ágilmente lo cual nos sorprendió debido a su gran corpulencia y sobre peso. Se dirigió a la pizarra dándonos la espalda brevemente para escribir su nombre. Habiendo terminado, se volvió de súbito a la clase y recogiendo la regla que se utilizaba para el castigo expresó con voz de trueno y un inconfundible acento español:
-Mi nombre es Prof. Godinez. -Decía esto, mientras se golpeaba la mano izquierda con la inmensa regla en tono amenazador. Todos permanecimos inmóviles con nuestras miradas fijas en aquella montaña humana que nos había tocado por maestro. El profesor Godinez vestía con un caluroso traje de corte europeo del siglo pasado, la chaqueta, al igual que el chaleco y el pantalón eran de cuadros estampados, de un color indefinido que hacía recordar la vegetación, el pantalón se perdía dentro de unas gigantescas botas de charol negro, la camisa blanca con puños de encajes exhibían en su cuello almidonado un lacito de un verde desafiante, el cual parecía estrangularlo, mientras el chaleco de muchos botones amenazaba con reventarse a cada movimiento de las masas que oprimía.
- Para que no se equivoquen -continuó diciendo el profesor, yo lo veo todo , hasta cuando estoy de espalda y exigiré de ustedes la disciplina militar que aprendí en el ejército español, así es que no esperen misericordia de mí , ah y tengo la memoria de un elefante.
-Claro, si en realidad eres un elefante - pensé para dentro de mi pero no me atreví a decirlo en alta voz por temor a perder la vida.
- Ahora quiero que cada uno de ustedes se ponga de pie y me digan su nombre y apellido, a ver, ¿quien quiere comenzar?
Durante una corta eternidad se podía escuchar nuestra respiración.
Yo interrumpí el silencio poniéndome de pie con una pequeña sonrisa en mis labios y bajo la mirada curiosa de mis amigos, respondí:
- Mi nombre es Elieser -Por un instante los ojos de Goyo que era como le llamábamos a Elieser amenazaban con saltar de sus cuencas, pero reponiéndose rápidamente de su asombro se levantó de inmediato y tras gran esfuerzo, produjo una forzada sonrisa mientras pronunciaba su nombre:
- Jua..... ah Juan
Todavía no se había sentado cuando Manolo , Héctor y Abraham dándose cuenta de la maldad, se levantaron al unísono mirándose unos a otros con una sonrisa picaresca. Miré a mi alrededor, todos sonreían, algunos en la última fila comentaban nuestra osadía. Montaña, ese fue el apodo que le pusimos después al Profesor Godinez , se puso de pie visiblemente contrariado, su sexto sentido le decía que algo no andaba bien, ¿Porqué, el cambio brusco de la clase? ¿Que les habría hecho perder el miedo que él había logrado infligir al principio? Con el ceño fruncido, el profesor se paseaba torpemente entre las estrechas hileras de pupitres. Más atrás, en la segunda hilera, con sus ojos llenos de lágrimas, Graciela se tapaba la boca para evitar que la risa que inútilmente trataba de oculta , se convirtiera en ruidosa carcajada. De pronto, Montaña se viró a la clase enfurecido y ya fuera de control, su pie derecho golpeaba el piso como un niño malcriado que le han quitado un juguete, mientras en tono amenazante preguntaba :
- ¿Que encuentran tan cómico?
Aquella escena que parecía haber sido extraída de una comedia de los tres chiflados, resultó demasiado para mis compañeros de clase, los cuales rompieron en ruidosas e incontrolables carcajadas. En ese momento me imaginé atado al tronco de un árbol, mientras Montaña me daba latigazos. El profesor regresó a su escritorio y sin quitar la vista del libro que pretendía leer, me hizo volver brutalmente a la realidad cuando ordenó con voz firme.
- Elieser, lee los dos primeros párrafos de la página número tres en tu libro de lectura.
Elieser y yo nos pusimos de pie al mismo tiempo, Montaña levantó los ojos y dirigiéndose al verdadero Elieser, exclamó :
- Yo dije Elieser, no Juan.
Con un marcado gesto de confusión en su rostro y sin dejar de mirarme, Goyo se sentó lentamente. Yo permanecí de pie, con el libro de lectura en la mano tratando de lucir lo más inocente posible, pero no debo de haber hecho muy buen trabajo, porque los ojos penetrantes de Montaña iban de Goyo a mi repetidamente sin pronunciar palabra, como tratando de adivinar nuestros pensamientos. Volví a imaginarme atado al tronco del árbol , pero esta vez, Montaña con antorcha en mano se aprestaba a encender la leña que había apilada a mi alrededor. Tragando en seco varias veces, leí dos párrafos de la página equivocada, pero eso no parecía importante en ese momento. Cuando terminé de leer, el profesor se puso de pie libro en mano y llamó a lectura a Héctor a Manolo y a Abraham al mismo tiempo.
Los cinco pasamos el resto de la tarde en la oficina del director sin pronunciar una palabra, al verlos tan preocupados les comenté:
- Lo único que me preocupa es que no pude disfrutar la merienda que me preparó mi mamá para el primer día de clase.
-Cállate respondió Manolo mirándome de reojo mientras se hundía en el cómodo sillón con los brazos cruzados, como si tuviera frío. ¿No pudistes esperar por lo menos al segundo día de clase para hacer de las tuyas ? -añadió en un tono de reproche sin mirarme .
-Y encima de todo, meterse con la Montaña esa que es una fiera -asintió Goyo
-No olviden que nosotros somos tan culpables como Juanito, nadie nos obligó a seguirlo -comentó Héctor en tono conciliador rompiendo su silencio.
La discusión cesó de inmediato cuando se abrió la puerta y entró el Prof. Godinez, nos miramos unos a otros con tétricos gestos de despedida. El profesor venía sin la chaqueta, se sentó en el borde de la pesada mesa de conferencia y nos dijo en tono conciliador:
-No los culpo del todo por lo que hicieron, confieso que me porté como el bravucón de la cuadra. Admito que me equivoqué, pero es de sabio reconocer los errores que uno comete, por eso, les propongo una amnistía y un pacto de no agresión. ¿Que les parece si pasamos un curso escolar divertido y de paso aprendemos algo?
Nos miramos incrédulos sin saber que decir, asentimos de inmediato sin tratar de ocultar nuestra alegría. Era como si nos hubieran conmutado una sentencia de muerte .
-Un momento, - nos alertó el profesor poniéndose más serio,
-¿Tenemos un acuerdo o no?
Por unos segundos nos miramos unos a otros hasta que sentí las miradas de todos sobre mi, entonces contesté mirando al profesor a los ojos.
-Está bien tenemos un acuerdo.
Nos estrechamos las manos finalizando el trato de ambas partes, después de lo cual, el profesor se retiró sin decir otra palabra.
A la salida nos esperaban impacientes Graciela y su amiga Anita
-¿Que les pasó? - preguntó Graciela casi con alegría al vernos a todos sonriendo. Yo los daba por muertos - agregó sonriente
-Nada - respondió Goyo desafiante
- Si nos pasó -contesté poniéndome serio, hicimos un pacto de no agresión con el profesor, nos dimos la mano, así es que ahora es una cuestión de honor. Mantendremos el acuerdo a menos que él lo rompa primero.
-Si claro, asintieron los demás mientras cada uno tomaba el camino habitual que los conducirían a sus casas. El mío era el que bordeaba el potrero. Héctor caminó junto a mi en silencio por una cuadra, pero antes de llegar a la intersección donde abríamos de tomar caminos diferentes, me dijo:
-Yo le enseñé a Abraham el saludo de Las Aguilas, me parece un tipo chévere, ¿Tu no crees? Creo que debe pertenecer a la pandilla.
-Yo lo creo así también - respondí. Prepáralo para la prueba de fuego, pero explícale que primero tiene que haber una votación y tiene que ser unánime. Nos reuniremos mañana en La Casa de las Brujas. ¿Te parece bien?
-Me parece muy bien -respondió Héctor con entusiasmo, era evidente que habían hecho una buena amistad
- Me ocuparé de avisarle a los demás -añadió, deteniéndose. Ya habíamos llegado a la esquina donde debíamos separarnos. Nos despedimos al estilo de las Aguilas.
Había llovido copiosamente y aunque el agua no se veía acumulada en las calles, el sendero que yo cogía para acortar camino se hallaba inundado con grandes charcos y los grandes nubarrones negros que cubrían el horizonte por donde debía esconderse el sol, presagiaban aún más lluvias. Apresuré el paso caminando entre las líneas del tren donde no habían charcos. Si no hubiera tenido el uniforme pensé, me metiera dentro de ellos pero estos eran mis zapatos buenos . De pronto, sentí la familiar ráfaga de viento frío que anunciaba la inminente lluvia, comencé a correr, miré hacia atrás en dirección a la tormenta. Los rayos caían ahora con más frecuencia y la gran cortina de agua se podía ver claramente contra la negrura de las nubes avanzando rápidamente por encima de las líneas como tratando de alcanzarme. A solo media cuadra de distancia se divisaba ya el muro de mi patio, miré una última vez hacia atrás, la lluvia estaba casi encima de mí, el viento había arreciado y se sentía más frío, mientras los rayos caían ahora casi seguidos a mi alrededor. Esto es una cuestión de honor pensé, mientras aumentaba al máximo la velocidad de mi carrera. No recuerdo haber tocado el muro con mis manos, pero me encontraba ya dentro de mi casa cuando la copiosa lluvia se hizo sentir como un estruendo en el techo de zinc que cubría parte del patio. Jadeante, permanecí un instante tratando de coger aire mientras observaba desafiante la tormenta. El tiempo transcurrido entre la luz del relámpago y el sonido del trueno se iba haciendo cada vez más largo, lo cual indicaba que la tormenta se estaba alejando. Lo bueno de las tormentas que vienen rápido es que se alejan rápido meditaba mientras observaba la lluvia acariciar las flores del jardín y me adentraba en un estado hipnótico .
- ¿Eres tu Juanito? -indagó mi madre desde la cocina
- Si - contesté en voz baja, tratando de mantener el estado contemplativo en que me encontraba, donde mi mente parecía poseer voluntad propia y obedecía sus propios caprichos arrastrándome con sus imaginativas aventuras hacia fascinantes y desconocidos parajes .
- ¿Te mojaste?
- No, no me pudo coger, contesté con orgullo saliendo de mi letargo y dirigiéndome a la cocina.
-Bueno cuéntame como te fue en tu primer día de clase -indagó mi madre con interés
-Bien -respondí sin dar más detalles mientras me sentaba en la mesa del comedor y sacaba los libros de la mochila para hacer la tarea.
- ¿Y mis hermanos? -pregunté extrañado de no verlos. Ellos siempre llegaban más temprano que yo.
- Haciendo la tarea en casa del vecino. ¿Porqué no vas y la hacen juntos? -propuso mi madre
-No, prefiero hacerla solo, además ellos no están en mi clase y las tareas no son las mismas.
Esa noche la conversación de sobre mesa fue más amena que de costumbre, cada cual hizo los relatos de los eventos del día, exagerando las partes buenas y dejando afuera las que le pudieran hacer lucir mal . Mientras mi madre y mi hermana recogían y fregaban los platos, mi padre mi hermano y yo nos reuníamos como de costumbre alrededor del radio para escuchar los episodios de “El Fantasma . Ellos estaban basados en un héroe enigmático que habitaba en el corazón de la selva africana, por supuesto, nuestro héroe combatía el mal y protegía a los desvalidos. Cada noche mientras nos comíamos las uñas, escuchábamos como El Fantasma se prestaba unas veces a ser devorado por los cocodrilos y otras, por los caníbales, pero en los momentos más difíciles cuando su muerte parecía inevitable, una voz interior nos decía: El no puede morir, sino, se acaban los episodios.
Pero mi programa favorito era el de “Los Tres Villa lobos” los cuales estaban basados en las aventuras de tres hermanos, con las tramas de acción inspiradas en la vida y el colorido del oeste americano. Por supuesto, estos tres personajes llenaban también el mínimo requisito de los héroes radiales. Es decir: Invencibles, valientes e inmortales. Eso sin contar su lucha incansable contra el mal y la injusticia.
El radio medía aproximadamente dos pies de altura y descansaba sobre una pequeña mesita. Un grueso damasco carmelita adornado con hilos dorados, cubrían las bocinas en un apropiado contraste, con el mueble de madera barnizada en forma de pirámide del moderno aparato. Los botones de madera finamente trabajados servían de base al dial cubierto por un plástico, el cual en la semi penumbra de la sala producía una luz amarillenta que iluminaba nuestros rostros, mientras escuchábamos las ondas sonoras que nos hacían vivir cada noche la emoción y el romance de un nuevo capítulo.
-Que sería de nosotros sin el radio pensé, mientras me dirigía hacia la puerta de la calle habiendo concluido el último episodio
-Regresa temprano - me advirtió mi padre - ya se terminaron las vacaciones.
- Esta bien, solo voy a dar una vuelta -contesté mientras atravesaba el umbral de la puerta y me confundía con las familiares sombras. Caminaba sin rumbo con las manos en los bolsillos, la noche era clara y se respiraba un aire limpio. Un fuerte olor a galán de noche hería agradablemente mis sentidos. Caminaba lentamente por delante de las puertas abiertas de las casas, me gustaba mirar hacia adentro de cada vivienda. Con estudiosa curiosidad, observaba lo diferente que cada familia organizaba los muebles en el mismo estilo y tamaño de salas. No parecía haber límite a las posibilidades de decoración, pero lo que más me fascinaba , era la interminable variedad de los olores y sonidos que salían de cada casa. De pronto me detuve ante mi casa favorita. Una bella residencia de dos pisos pintada de un rosado pálido con las puertas en blanco y macetas de flores debajo de las ventanas, adornadas con alegres cortina. Una puerta de barrotes de hierros torneados se abría a un pequeño sendero de ladrillos rojos que serpenteaba entre las flores de un bello jardín .
- ¿Quién se habría mudado en la casa vacía.? Y como respondiéndome a mi mismo, pensé - quien sea que haya sido tiene muy buen gusto porque la han arreglado muy bonita.
De pronto, se escuchó una pieza musical bellamente interpretada en el piano. Por unos minutos, me quedé embelesado escuchando. Me imaginé una joven rubia de ojos azules sentada frente al piano vestida con un traje largo de encajes blanco. De pronto la música cesó y continué mi camino. Para distraerme comencé a darle patadas a una vieja lata sin etiqueta que descansaba sobre la acera. Mi mente regresó a mi fantasía de la rubia tocando el piano. Ah, pensé volviendo a la realidad, seguramente es horrible de fea y bizca con espejuelos y hasta con granos en la cara. Al llegar a la esquina me detuve frente a un edificio de tres pisos. Manolo y Goyo vivían en un espacioso apartamento en la azotea. Me llevé las manos a la boca en forma de bocina y lancé el grito de Las Aguilas Un estridente uah, uah, que se podía oír a gran distancia. Casi de inmediato, escuché la señal de respuesta y no había pasado un minuto, cuando aparecieron los dos hermanos. Desde la azotea se escuchó el grito de la mamá llamando a Manolo y a Goyo pero ambos la ignoraron .
-Ahora mismo íbamos a buscarte comentó Manolo mientras terminaba de abotonarse la camisa.
-¿Que es lo que pasa allí ? preguntó Goyo mirando hacia la avenida principal a dos cuadras de distancia.
- Es la funeraria, parece que alguien importante ha muerto -contesté mientras apurábamos el paso hacia la avenida, el cual pronto se convirtió en una carrera compitiendo a ver quien llegaba primero . Los tres perdimos en un empate. Por supuesto todos reclamábamos victoria. Nos detuvimos al llegar frente a la doble puerta de madera y cristal las cuales, abiertas de par en par permitían el tráfico de personas que salían y entraban constantemente. La ancha acera estaba tan concurrida como el interior de la funeraria, no había duda que el muerto era alguien importante. Sin vacilar nos introducimos en el interior, mezclándonos con las gentes. Cuando llegamos al salón principal donde estaban velando el cadaver, nos detuvimos, miré a mi alrededor. Había perdido vista de Manolo y Goyo, sentí un impulso por buscarlos, pero no pude moverme. La vista se me iba para el majestuoso sarcófago negro cubierto con ornamentos plateados el cual había sido colocado sobre una mesa contra la pared principal y sobre él, en la pared, resaltaba un gran crucifijo de madera barnizada. La concurrencia vestía elegantemente y a juzgar por las elaboradas coronas de flores que cubrían las paredes, el muerto debió de ser un personaje importante en vida. Como un autómata y a pasos cortos que parecían una eternidad, me sentí arrastrado por la curiosidad. De pronto me vi frente al sarcófago y miré a través de la urna de cristal la cual ofrecía a familiares y amigos la oportunidad de una última despedida. Era mi primera experiencia con la muerte. La primera vez que miraba un cadaver y allí estaba a solo unas pulgadas de mi cara. El muerto era un hombre de unos 50 años, con los ojos cerrados y semblante natural como si estuviera durmiendo, la viruela había dejado su huella en su rostro y una visible cicatriz en la mejilla izquierda, servía de testimonio de la vida violenta que había vivido. Traté de imaginarme como sería cuando muriera mi padre. Por un segundo me lo imaginé allí en el sarcófago, con los ojos cerrados, descansando para siempre. Una profunda tristeza se apoderó de mi y sin poderlo evitar, una lágrima corrió lentamente por mi mejilla. De pronto, una mano se posó sobre mi hombro derecho, mi corazón comenzó a latir rápidamente mientras me volvía lentamente casi con temor. Me encontré con una elegante anciana de grandes ojos claros y agradable sonrisa.
-Sí, asentó, estudiándome detenidamente - Te conocía solo por fotografías, pero en persona eres el retrato de tu padre cuando tenía tu edad, tienes sus ojos, su boca, no hay duda que eres su hijo
-Señora....yo ... .. , pero antes de que pudiera explicar , la dama puso sus dedos perfumados cubiertos de anillos sobre mis labios y me dijo:
-hay muy poco tiempo, escúchame, me esperan para ir al aeropuerto, solo yo se donde está el mapa del tesoro y ahora tú lo sabrás. Prométeme que guardarás silencio sobre lo que te voy a decir, no puedes confiar en nadie. El ojo izquierdo del cuervo, se desenrosca, el mapa esta ahí, por eso lo mataron. ! Sí! , no fue un suicidio, lo mataron. Ahora el tesoro es tuyo, que Dios te acompañe.... y dándome un beso en la mejilla se perdió entre los asistentes antes de que yo pudiera decir una sola palabra.
Por un instante permanecí de pie de espaldas al muerto. Un alud de miradas inquisitivas se precipitaron sobre mi y pude notar como algunos comentaban en voz baja sin quitarme la mirada de encima. Sin perder un segundo me escurrí entre la gente, allá en la esquina estaban Manolo y Goyo esperándome.
-¿ Donde te metiste ? Preguntó Goyo en tono molesto
- Ya nos íbamos afirmó Manolo, Hector nos espera en el parque.
-Vámonos de aquí pronto, fue mi respuesta mientras emprendía otra carrera, ellos me siguieron y no paramos hasta que no estábamos a unas cuadras de la funeraria
- ¿Qué averiguaron Uds. ? -Les pregunté
-¿ Sobre qué ? -Respondieron casi al unísono
- ¿Sobre quién va ser?, sobre el muerto - respondí.
Manolo habló primero.
- Según escuchamos el tipo era un político conocido y con mucho dinero, alguien lo mató de un tiro y quiso hacerlo parecer como un suicidio
-Así es, pero nadie lo cree, porque todos comentaban lo mismo - continuó diciendo Goyo.
- ¿Y tú, qué averiguaste ? -me preguntó Manolo
- Yo vi el muerto.
-Déjate de cuentos comentó Goyo incrédulo.
- Si, si lo vi, tenía marcas en el rostro y una cicatriz grande en la mejilla derecha y le habían puesto maquillaje en la cara. Pero eso no es importante, mientras miraba el muerto se me acercó una señora, no se, . . . .creo que su hermana y me dijo donde está escondido el mapa de un tesoro .
- No le creas nada - dijo Goyo dirigiéndose a su hermano mayor.
- Suponiendo que sea verdad - comentó Manolo,
¿Porqué esa señora te va a decir a ti, un total desconocido donde está escondido un tesoro. ?
- Tesoro no, me dijo donde estaba el mapa del tesoro, creo que me confundió con el hijo del muerto.
- Está bien, júralo por tu madre -me exigió Manolo en tono desafiante seguro de que cambiaría mi historia.
-Jurar por la madre era lo más sagrado y solemne que existía en el código de honor callejero para asegurar que se estaba diciendo la verdad y nadie se atrevía a violarlo,
- Que se muera mi madre -le respondí sin vacilación besándome los dedos con la señal de la cruz, para dar todavía más credibilidad a mi juramento.
Los dos me miraron boquiabiertos con ojos desorbitados y con voz temblorosa , en un tono más calmado Manolo me preguntó:
- ¿Dónde está escondido el tesoro?
-Ella no me dijo donde estaba escondido el tesoro, me dijo donde estaba el mapa solamente .
-Bueno está bien, el mapa - volvió a preguntar Manolo tartamudeando de emoción .
-Ya lo sabrán a su debido tiempo, pero por ahora no se los diré, porque ustedes lo hablan todo. La señora me dijo que al tipo lo mataron por el tesoro, tenemos que tener cuidado. Pero no se preocupen - continué diciendo - lo que encuentra un miembro de Las Aguilas pertenece a todos. Ahora júrenme por su madre que no dirán nada sobre esto a nadie .
Manolo y Goyo juraron solemnemente y yo a mi vez les prometí que buscaríamos juntos el tesoro.
- ¿ Buscaremos qué tesoro ? -preguntó Héctor que se había acercado a mis espaldas y solo había escuchado mis últimas palabras. Manolo y Goyo me miraron sin saber que contestar,
- Si , a Héctor si se lo podemos decir, pero a nadie más por el momento hasta que no tengamos un plan.
A medida que Manolo y Goyo ponían a Héctor al día de los acontecimientos, yo permanecía sentado en el viejo banco de piedra con la mirada puesta en las luces de los barcos que se movían lentamente en el horizonte, a veces desapareciendo completamente por unos instantes, como si el mar se los tragara, para luego reaparecer y continuar de nuevo en un juego interminable de luces parpadeantes.
La luna había perdido algo de su redondez pero su potente luz competía con éxito con las amarillentas luces de los faroles, que málamente alumbraban el parque y más allá, el malecón que bordeaba la hermosa bahía. La dirección del viento cambió de súbito y un fuerte olor a mar golpeó nuestros sentidos.
- ¿Cual es el plan a seguir? -Preguntó Manolo habiendo terminado de contar a Héctor lo acontecido.
-¿Quiéres que cancele la prueba de fuego de mañana,? preguntó Hector?
- No, - contesté con aire distraído - en este momento no tengo ningún plan, no se donde está el cuervo o si existe siquiera
- Seguramente es un cuervo disecado y está en la casa del difunto aseguró Héctor.
- Quizás, pero hay una cosa que me preocupa y eso es, que el tesoro no es nuestro, sino, del hijo del muerto y no creo que sea correcto que nosotros nos lo robemos. No se , tenemos que pensar bien antes de actuar. Mientras tanto, debemos averiguar todo lo posible de ese señor, su vida, quien era, donde vivía, en fin todo y especialmente sobre el hijo.
-Buena idea asentó Hector - Sí, el era un político famoso, su foto y la información que buscamos tiene que estar en los periódicos.
- Bueno, tanto como robo no, el que encuentra un tesoro es de él - comentó Manolo que había permanecido callado y pensativo y aparentemente no había escuchado nada de lo que habíamos hablado. Además, -continuó diciendo, -el chico es millonario y no necesita más dinero.

-Bueno, se está haciendo tarde - fue mi respuesta evasiva a los argumentos de Manolo. -Con tantas cosas por hacer, no nos conviene que nos castiguen por llegar tarde. Después del usual saludo de despedida, cada uno se apresuró a su casa lo antes posible.
Al otro día, después de la cena todos los miembros de Las Aguilas nos dirigimos a La Casa de las Brujas para iniciar al sexto miembro Abraham . Como se había hecho con anteriores iniciaciones, al nuevo miembro, se le informaba un día antes lo que tendría que hacer para que pudiera pensar si lo quería hacer o no. La decisión de Abraham había sido someterse a la prueba. Entré por la puerta trasera que daba al patio y luego a la amplia cocina, todos parecían estar presentes, pensé, deteniendo mi mirada en cada rostro como pasando lista. De pronto mis ojos se posaron sobre el rostro de Anita, la mejor amiga de Graciela. Ella había declinado la prueba hacía unos meses y aunque sabía de nuestro escondite, no pertenecía formalmente a la pandilla y nunca había estado presente en una de nuestras reuniones. Anita pareció adivinar mis pensamientos y antes de que yo pudiera comentar , ! exclamó ! :
- Vine para pasar la prueba de fuego. -Muy bien , exclamé asintiendo con la cabeza y sin demora, me dirigí a una esquina de la cocina. Allí , con la ayuda de Héctor moví una pesada piedra la cual escondía una pequeña caja de tabacos . Me acerqué al centro de la estancia sujetando la caja con las dos manos y con gran reverencia la coloqué encima del dintel de piedra que otrora fuera la puerta del horno de ladrillos rojos.
Mientras tanto, Manolo le entregaba a cada uno un pequeño palito seco para que lo sostuvieran en la mano. La idea era que cada miembro depositara el palito en una gorra y si había un palito roto, el nuevo miembro no sería aceptado.
Me dirigí a todos para hacer una aclaración
-Antes que depositen su voto de aprobación o de rechazo, quiero pedirles que no se dejen influenciar por comentarios que se han hecho en la escuela sobre la fortuna que poseen los padres de Abraham. El que él sea rico, o mejor dicho sus padres, no debe de pesar sobre nuestra decisión de admitirlo en la pandilla. Aquí nadie rompió la ramita cuando, Graciela se inició y ella es hembra, o cuando Hector se hizo miembro y es negro y yo no me siento rechazado por ninguno de ustedes a pesar de ser el más pobre del grupo.
Habiendo terminado el pequeño discurso, me senté junto a Héctor en silencio mientras Manolo recogía los pedacitos de rama en la gorra y se los entregaba a su hermano para que los contara. Goyo se tomó más tiempo de lo debido tratando de alargar la importante encomienda que por unos instantes lo convertía en la figura central . Como era de esperar, su demora aumentó la expectativa de todos los presentes.
- !Aprobado ! anunció Goyo finalmente con gran reverencia. Manolo le arrebató impaciente la gorra de las manos y comenzó a repartir los palitos para la votación de Anita.
Mientras eso sucedía, Héctor me hizo un gesto con la cabeza, indicándome que lo siguiera . Rápidamente me incorporé y lo seguí al salón principal junto a la chimenea.
-Tengo noticias sobre el muerto me anunció Héctor en voz baja y tono misterioso.
-¿Que averiguastes le pregunté en el mismo tono ?
-El muerto se llamaba Alberto Zaldívar Montoya, es inmensamente rico, tiene un ingenio, muchas casas y negocios de importación de partes de repuestos de automóviles.
-Tenía, le interrumpí recordándole que nadie se lleva las riquezas , ellas se quedan para que otros las disfruten
-Claro, tenía asentó Héctor
- ¿Que más averiguastes ?
-Nada más , eso es todo lo que decían los periódicos, ah si, una finca, Montoya tiene, .. Bueno, . tenía una finca en el Cotorro, no me acuerdo como se llama, pero tengo el periódico guardado en mi casa con todos los datos.
Nuestra conversación fue interrumpida por los entusiastas aplausos de los concurrentes los cuales señalaban que también Anita había sido aprobada. Héctor y yo nos miramos y con gestos sombríos nos dirigimos a la cocina. Cuando entré, había un silencio sepulcral, todos conocían la prueba de fuego y sabían que era un asunto de vida o muerte. Miré a mi alrededor, la luna alta en el cielo brillaba de una forma extraña, lanzando sus plateados rayos verticalmente sobre los rostros de Las Águilas, las cuales formaban un amplio círculo alrededor de Abraham y Anita. Cogí la cajita de tabaco y me dirigí al centro del círculo. Volví a mirar a mi alrededor, Graciela tenía los ojos cerrados y sus labios se movían en silenciosa plegaria.
- Están a tiempo para arrepentirse advertí, sacando un pequeño revolver con cabo the nácar que había olvidado debajo de la almohada mi tío durante su última visita. Las miradas de Anita y Abraham se encontraron por unos instantes, ambos sudaban profusamente. El semblante normalmente pálido de Abraham resaltaba aún más bajo la extraña luz de la luna que hacía su parte en esta ceremonia secreta de iniciación. Alcé el revolver para que todos lo vieran, abrí la recámara y le di vueltas, me llevé las manos al bolsillo derecho del pantalón y saqué una bala, la cual sujeté en alto entre el índice y el pulgar para que todos la vieran, la coloqué en la recámara, la cerré y le di varias vueltas, finalmente con gesto decidido se lo entregué a Abraham. Él cogió el arma en sus manos mirándola fijamente por unos instantes, luego la alzó lentamente hasta que el cañón presionó firmemente contra su sien, su índice acariciaba nervioso el gatillo. De pronto, con un rápido movimiento bajó el arma y metiendo la mano izquierda en el bolsillo , sacó una carta y me la entregó. Yo lo miré a los ojos, pero no dije nada. Guardé la carta en mi bolsillo mientras Abraham colocaba el revolver otra vez en su sien , cerró los ojos y dando un grito de guerra, apretó el gatillo, ! click.!.. Primero un silencio eterno y después como en acción retardada, los gritos de alegría y los abrazos de sus nuevos hermanos. Mientras abrazaba a Abraham, mi mirada percibió la figura de Anita sepultada por las sombras en un extremo de la cocina, me solté de él sin quitar mi vista de Anita, me acerqué a ella y tomándola por un brazo le dije :
-Te garantizo que todo va a salir bien, no puedo explicarte, pero nada te va a pasar, no tengas miedo, ella me miró fijamente con sus grandes ojos, su ondulada cabellera castaña caía en cascada sobre sus delicados hombros y poniendo su helada mano sobre la mía respondió :
-Te creo, Anita se dirigió decidida al centro del círculo que ya habían formado los demás, Abraham había tomado su lugar en el círculo como un miembro más respirando profundamente con alivio. Héctor me entregó el revolver, esta vez noté un ligero temblor en sus manos, adiviné un nudo en su garganta, todos permanecían inmóviles y solo el tedioso concierto de las ranas rompían el profundo silencio de la noche.
Abrí la recámara para enseñar a todos que la bala permanecía aún en ella, la cerré, le di dos vueltas y entregué el arma a Anita. Ella tomó el revolver en su mano derecha y apretó el pequeño cañón contra su sien, cerró los ojos con todas sus fuerzas hasta que su cara se contrajo también en un gesto de dolor, mientras apretaba el gatillo con decisión ..! click !...... Anita abrió los ojos, y cogió aire profundamente, como si hubiera despertado de una pesadilla. Manolo la sujetó antes que cayera al piso. Yo le quité el revolver de la mano, tuve que usar las dos manos para hacerlo, sus dedos engarrotados reusaban soltar el arma. Los abrazos eufóricos de los demás la mantuvieron de pie. Ahora éramos siete, pensé, meditando sobre algo que había leído con relación al misterioso poder de ese número y dirigiéndome a los nuevos miembros les dije :
-Han pasado la prueba de fuego, bienvenidos a Las Aguilas, ahora hemos dejado de ser amigos para convertirnos en hermanos. Siento no poder quedarme para seguir compartiendo con ustedes este momento de alegría pero Héctor y yo tenemos algo importante que hacer, nos vemos en la escuela mañana .
- ¿A que hora nos reunimos el domingo para el proyecto pirámide? -Preguntó Graciela.
Por un instante la miré sin expresión ya se me había olvidado lo de la línea del tren.
-Si claro el proyecto pirámide -asentí,
-¿Que les parece a las nueve de la mañana, que es cuando comienza la misa? -propuso Goyo
-Yo estuve pensando que no todos van a la primera misa , sería mejor pretender que jugamos pelota mientras uno solo va safando la línea -comentó Manolo.
- ¿Alguna otra idea ? -pregunté .
Graciela se limpió la garganta y con tono vacilante comentó:
- Yo pienso que debemos crear algún tipo de distracción en la calle para que nadie mire hacia el potrero mientras zafamos las líneas.
Héctor y yo que estábamos de pie listos para salir, regresamos y nos sentamos escuchando atentamente las sugerencias.
-¿Que les parece quemar una goma vieja de carro en la calle?, eso hace un humo de madre -propuso Héctor mientras se sentaba en el piso entre Graciela y Manolo.
-Todas las ideas son buenas y creo que creando una distracción sería muy efectivo, pero una goma quemada podría atraer a la policía y a los bomberos comenté mirando a Héctor. Tiene que ser algo menos drástico - contesté bajando el tono de mi voz como si se me hubiera ocurrido una idea a mitad de mi conversación. En realidad - continué diciendo - son solo tres casas las que nos preocupan por que lo demás son las paredes del fondo de los almacenes donde nadie nos ve hasta que lleguemos a la fundición.
- A ver -dijo Manolo contando con los dedos, la primera casa es la de Marta la santera y ella siempre va a misa
- Y en la casa de al lado vive el carnicero y dos niños chiquitos que siempre van a la Iglesia - aclaró Anita .
- Oh las viejas - exclamaron Goyo y Graciela casi al unísono
-Si, en la tercera casa viven las viejas chismosas del barrio -repetí mirando hacia arriba como tratando de buscar una solución en las alturas
- ellas si son un problema -dije soltando aire por la boca en tono de cansancio
¿Quien sabe si ellas van a misa? -Pregunté mirando a mi alrededor
-Yo las conozco - respondió Anita , la viejita más gordita que siempre está tejiendo se llama Rufina, ella es sorda y hay que gritar duro para hablar con ella, pero ve muy bien y la flaquita que siempre está limpiando, se llama Rosa, esa está medio ciega, pero tiene un oído de tuberculosa, son hermanas y nunca se han casado.
- Oye, tremendo reporte, Anita se sabe la vida y milagros del barrio entero - exclamó Goyo.
-Todos se echaron a reír incluyendo Anita
-Ya sé - gritó Abraham, como Anita las conoce, que les toque la puerta cuando estemos listos para zafar la línea y les cuente un chisme bien largo.....
- Está bien, me gusta la idea -contesté interrumpiéndolo - y además pretenderemos jugar pelota en el potrero. Las dos distracciones podrían servir. Anita, ve pensando en un chisme bien entretenido y el domingo a las nueve nos vemos todos frente al tanque de agua, ah y traigan guantes y pelotas. Dicho esto,
me acerqué a Anita y a Abraham y los saludé con especial énfasis con la señal de Las Águilas. Manolo los pondrá al día en todos los detalles del proyecto pirámide. Todos sonreíamos.

 

 


CAPITULO III
Proyecto Pirámide

Los días habían pasado sin darnos cuenta, las tareas de la escuela habían aumentado en cantidad y en dificultad . Montaña resultó ser un maestro chévere y nosotros mantuvimos nuestra palabra de no hacerle maldades. Aunque nos veíamos todos los días en la escuela, ya hacía varios días que no nos reuníamos en nuestro escondite.
Era sábado por la mañana y como yo hacía en tantas ocasiones, permanecí en la cama haciéndome el dormido y escuchando los ruidos a mi alrededor, pero esta vez, la casa estaba envuelta en silencio, nadie conversaba y me extrañó no sentir el aroma del café acabado de colar y las habituales conversaciones en la cocina. Extrañado, me tiré de la cama, me puse los pantalones y los zapatos y aún sin terminar de ponerme la camisa, recorrí la casa llamando a mis padres y a mis hermanos, pero nadie contestó. La puerta de la calle estaba abierta y el sol entraba hasta la mitad de la pequeña sala, lo cual me extrañó, porque mi madre tenía una batalla personal contra las moscas que entraban por las puertas abiertas. Salí por la puerta principal al pequeño portal adornado con macetas sembradas de flores de impacientes y dos sillones de madera barnizada, los cuales nos discutíamos durante las noches calurosas. Permanecí unos instantes sin saber que hacer, cuando de pronto, al mirar hacia la casa del vecino del frente, vi a mi padre y a mi hermano parados en la sala y a mi madre sentada en un sillón tapándose la cara con las manos. Algo ha sucedido pensé mientras corría hacia la casa. Ellos eran los únicos que tenían teléfono en la cuadra, se rumoraba que para fines de año se instalarían las nuevas líneas en nuestra acera. El llanto angustioso de mi madre y mi hermana y el gesto de dolor reflejados en los rostros de mi padre y mi hermano me convencieron que algo terrible había sucedido y preparándome para lo peor, me arrodillé frente a mi madre y le pregunté :
- ¿Que pasó?
- Tu tío Manolo murió en la guerra - me contestó entre sollozos
-Los alemanes torpedearon el barco donde el iba y nadie se salvó - terminó de explicar mi padre y a medida que hablaba, los sollozos de mi madre aumentaban en intensidad, No había duda que la narración de lo sucedido abría aún más sus heridas. Mi hermana no hablaba, pero no cesaba de llorar apretándose fuertemente contra mi madre en un gesto de consuelo. Manolo era el único hermano varón de mi madre y ella sentía adoración por él. Recordé el muerto que había visto en la funeraria y pensé que ni siquiera podríamos velar a mi tío, o enterrarlo como Dios manda. Me lo imaginé entrando por la puerta sin avisar, como él había hecho en tantas ocasiones. Manolo era un tipo fuerte de pequeña estatura, con ojos saltones y cara redonda, sus labios finos desaparecían cuando sonreía lo cual hacía a menudo. El tatuaje de un ancla en su ante brazo derecho, delataba el idilio que tenía con el mar. Buen final para un marino pensé, que el mar, en el cual pasó casi toda su vida, le sirva también en la muerte como último descanso. Pero esa idea aunque romántica, no me trajo ningún consuelo. Recordé los desteñidos maletines de tela azul que nos traía llenos de regalos cada vez que tocaba puerto en la Habana y sobre todo, recordé los relatos interesantes de sus aventuras las cuales aunque sabíamos a veces exageradas, las escuchábamos con fanática atención. Que extraña magia pensé, poseían esos nombres de lugares exóticos que él pronunciaba en su acento nativo, Hong-kong, Singapore, Macao, Palo Palo. Recordé que mientras él hacía los relatos de sus viajes, yo me transportaba en mi mente a esos lejanos parajes que tal vez podría visitar solo en mi imaginación. Tenía un gran cariño y una gran admiración por mi excéntrico tío. Sentía un nudo en la garganta que me ahogaba. El sabor salado de mis lágrimas me hizo volver a la realidad, me sequé la cara y los ojos, mientras miraba a mi alrededor como despertando de un sueño. Había caminado un buen tramo sin percatarme a donde iba y me encontraba de pie junto al muro de concreto que bordeaba la entrada de la bahía. El mar golpeaba suavemente contra los viejos arrecifes que servían de rompe olas . Por unos instantes , mi mente se quedó en blanco y mi mirada fija en las figuras caprichosas que formaban la espuma blanca cuando jugaba sobre las rocas negras. A lo lejos, donde el mar se confundía con el cielo, un viejo carguero se percibía en el horizonte, me lo imaginé navegando hacia lugares exóticos donde había estado mi tío. Adiós Manolo.
Los gallos del vecino habían cantado más temprano que de costumbre. Salté de la cama, Jorge dormía plácidamente y a través de la puerta del cuarto principal se podía escuchar la inconfundible sinfonía que producía mi padre acompañada de varios tonos de silbidos, los cuales señalaban musicalmente el comienzo del próximo ronquido. Jorge era un muchacho trigueño de abundante cabellera obscura y ojos negros, su aire un tanto reservado y su frágil naturaleza lo mantenía alejado de mis aventuras. Me vestí en la obscuridad con cuidado de no despertarlo, aunque no comprendía como él podía dormir con el escándalo que formaban los gallos, con sus coros evangélicos anunciando la venida del rey luz y si a eso le añadimos la sinfonía de mi padre dormir en mi casa podría resultar un verdadero reto. Por momentos, la luz del viejo sol se hacía más brillante disolviendo las sombras del pequeño cuarto. Me deslicé silenciosamente hacia la cocina, el reloj de pared marcaba las 8:00. Finalmente salí al patio donde un cielo gris enmarcado con espesos nubarrones permitían alguna luz, pero el sol continuaba oculto, lo cual hacía parecer que era más temprano. Los domingos por la mañana eran los únicos días que mi padre podía dormir un poco más. De pronto, escuché la voz de mi hermana que le exigía a mis padres en tono autoritario :
-Levántense que llegamos tarde a misa
Yo no asistía mucho a las misa , las encontraba muy aburridas, porque además de no entender latín, me parecía que el cura desentonaba bastante cuando la cantaba. Me fascinaba el olor a incienso y la paz que se respiraba en la Iglesia cuando no había nadie. Muchas veces pasaba largo rato observando las estatuas de los santos, algunas eran verdaderas obras de arte. El cura, un viejo español de cabellera blanca y caminar lento, me saludaba con cariño cuando me veía, pero no me quería en las clases de catecismo porque “ le traía problemas.” Yo no aceptaba algunas de las repuestas que me daban y sobre todo, cuestionaba lo incomprensible de la Trinidad y como Caín después de matar a su hermano había encontrado un pueblo lleno de gente en otro lugar........ Sentí a Jorge estirarse en la cama y a mis padres conversando algo que no podía oír. Rápidamente salí al patio y salté mi viejo amigo de concreto, me encantaba el aire húmedo de las mañanas nubladas. Ojalá no llueva hasta más tarde pensé, mientras caminaba sobre una de las líneas , balanceándome con los brazos extendidos . Todavía era temprano, pero ya a lo lejos contra la negrura del cielo, se divisaba claramente la figura gris del viejo tanque de agua donde habríamos de reunirnos.
Todos esperaban ansiosos sentados sobre el concreto que servía de cimiento al oxidado tanque. Solo faltaban Anita y Graciela, que estaban visitando a Rosa y Rufina o radio bemba como las llamaban en el barrio. Después del habitual saludo, nos dirigimos a la caseta pintada de un desteñido color verde y marcada con el número F-318. El viejo candado que protegía la entrada cedió con un sólido click ante el primer golpe. La puerta abrió hacia afuera con un crujido milenario, como protestando ante los intrusos invasores. El fuerte olor a humedad y las pegajosas telarañas que golpearon mi rostro cuando entré, eran viejos testigos de los años transcurridos desde que seres humanos pisaran su interior. Me imaginé que yo era un arqueólogo abriendo una tumba egipcia por primera vez. Las herramientas, aunque oxidadas, trabajaron perfectamente. Mientras tanto, como habíamos planeado, Anita ayudada por Graciela entretenía a Rosa y Rufina con historias de terror sobre La Casa de Las Brujas. En poco tiempo, los dos pedazos de líneas estuvieron sueltos, acto seguido, nos apresuramos a guardar las herramientas, tal y como las habíamos encontrado, el candado cerró y todo quedó como antes. Ahora solo quedaba cargar la línea. De pronto, un fuerte relámpago iluminó la mañana, la cual sin darnos cuenta, se había tornado tan obscura que parecía casi de noche. El ruido ensordecedor del trueno no se hizo esperar y como si sacudiera las nubes para que soltaran su precioso líquido, las gruesas gotas comenzaron a golpearnos. Primero salteadas y después, como una tupida cortina de agua que no nos permitía ver más allá de nuestras manos extendidas. Todos corrieron a guarecerse debajo del tanque de agua, menos Héctor y yo que nos quedamos inmutados desafiando la lluvia y los truenos, que ahora caían amenazadores a nuestro alrededor. Tratamos de levantar una de las líneas por un extremo, pero el peso era demasiado .
-Tratemos otra vez le grité a Héctor a toda voz compitiendo con el ruido infernal de la lluvia y los rayos que continuaban cayendo cada vez con más intensidad como si respondieran a nuestro desafío.
-Está bien, al conteo de tres la alzamos asintió Héctor, pero cuando metimos las manos otra vez entre la línea y el pequeño hueco que habíamos excavado en la tierra para levantarla, sentimos los cuerpos de Manolo, Goyo y Abrahan que se unían a nosotros desafiando también los elementos. Por un segundo nos miramos unos a otros sonrientes, volvimos a escuchar la voz de Héctor ahora con más autoridad .
-¿ Listos ? Una, dos y tres.
Alzamos la línea pero solo de un lado, la otra mitad descansaba en el piso , no éramos suficientes para alzarla por completo.
-Para abajo otra vez grité no podemos con ella.
-No la dejen caer advirtió Héctor.
Los truenos se escuchaban a lo lejos, lo peor de la tormenta había pasado, pero la lluvia, aunque ahora menos intensa, continuaba golpeándonos el rostro. Por unos instantes, todos quedamos sentados sobre la hierba mojada inmóviles e impotentes . Pero la derrota duró solo un instante . De pronto me paré y grité:
-Ya lo tengo, vamos a arrastrarla hasta ponerla sobre las líneas del tren y después simplemente la deslizamos sobre ellas hasta la misma puerta de la fundición. Como un resorte, todos nos levantamos con renovadas fuerzas. En pocos minutos logramos colocar la pesada línea balanceándola sobre las vías férreas. Nos dividimos en dos grupos. Héctor, Abraham y Manolo empujaban por un lado, mientras Goyo y yo lo hacíamos por el otro. La línea se deslizaba sin esfuerzo sobre la vía. La lluvia había cesado y el roce de hierro con hierro comenzaba ahora a producir un chillido estridente muy desagradable.
- No paren -advertí - nos falta poquito. La cerca de ladrillos de la fundición comenzaba a solo unos pasos y más allá, se hallaba la pesada puerta de entrada, pintada de un escandaloso color rojo anti oxidante el cual resaltaba aún más cuando estaba mojado. Finalmente llegamos frente al gran portón, las líneas del tren pasaban por el frente de la fundición. La idea era entrarla y colocarla en el patio donde reciben y pesan la chatarra. Cada cual agarró firmemente un pedazo de un extremo de la línea y dejando que el otro extremo arrastrara, la llevamos sin dificultad hasta la gran pesa, ahí la soltamos . La pesada línea produjo un ruido seco cuando cayó contra la tierra mojada. No podíamos contener nuestra alegría , nos mirábamos unos a otros con gestos de triunfo y satisfacción. En ese momento, Graciela y Anita entraron corriendo casi sin aire,se cubrían parcialmente la cabeza con periódicos, pero al vernos empapados de pie a cabeza, soltaron los periódicos en un gesto de apoyo. La sonrisa en sus labios anunciaba que todo había salido bien. Barba Roja nos había estado observando desde lejos con las manos en la cintura sin moverse del lugar, como esperando a que termináramos. Finalmente se acercó a nosotros con lo que más parecía una mueca que una sonrisa. Esta vez se quitó el tabaco mojado de la boca antes de hablar y virando la cara para un lado antes de escupir, hizo un gesto con la mano como para impedir que yo hablara mientras exclamaba:
-Yo te dije que compraba todo el metal que tu pusieras dentro de la puerta, pero yo no quiero caer preso, así es que, llévensela otra vez y pónganla para atrás.
-Pedro, mira el óxido y el fango viejo que tiene la línea, respondí, nosotros la encontramos enterrada y abandonada al pie del viejo tanque de agua.
Pedro me miró en silencio por un momento y sacando una enorme cuchilla de su bolsillo, avanzó hacia mi. Como un resorte todos les abrimos el paso, Barba Roja pasó entre nosotros y se agachó junto a la línea que yacía en el piso detrás de mi. La raspó en varios lugares con su cuchilla mientras hacía unos extraños ruidos con la garganta los cuales no parecían humanos, de pronto se levantó y dijo:
-Está bien, vamos a pesarla, pero eso si, no me traigan ni un pedazo de línea más porque no la compro, ¿Me oistes bien Juanito?
Yo asentí con la cabeza y permanecí en silencio, no me atreví a decirle que teníamos otra del mismos tamaño.
El dinero que recibimos por la línea era más de lo esperado, los viejitos del asilo iban a ponerse muy contentos. Acordamos que Anita y Graciela se encargarían de comprar un regalo para cada viejito y si sobraba dinero lo dejaríamos en fondo para un proyecto futuro.
Al medio día, Héctor y yo fuimos a almorzar a mi casa, habíamos pasado el resto de la mañana con la pandilla, celebrando el triunfo del Proyecto Pirámide y no habíamos tenido tiempo de planear sobre el mapa del tesoro.
Mi madre estaba más calmada , se había tomado una pastilla que un vecino le había dado y caminaba como un autómata sin expresión, con los ojos hinchados de tanto llorar. Héctor y yo le dimos un beso y nos sentamos en la mesa junto a mi padre y mis hermanos
-Siento lo de su hermano -comentó Héctor en tono de pésame
-Gracias Héctor contestó mi madre haciendo una pausa como si fuera a decir algo pero se cambió de idea. Con movimientos robóticos nos sirvió una generosa porción de arroz blanco, frijoles negros, platanitos fritos y carne guisada con papas, que era el plato favorito de mi padre. Mi madre continuaba trajinando en la cocina, pero cuando se dio cuenta que todos esperábamos que ella se sentara, para empezar a comer, se disculpó de inmediato e insistió que comiéramos sin ella.
-Todos tenemos hambre , pero no comeremos hasta que no te sientes a la mesa - comentó mi padre.
Mi madre hizo un gesto muy peculiar con la boca que en el lingo familiar significaba “ me doy por vencida” y quitándose el delantar bordado de flores, se sentó en su puesto al otro extremo de la mesa frente a mi padre .
- ¿Se te ha ocurrido alguna idea? Me preguntó, Héctor en voz baja que todos escucharon.
- ¿Idea de que? -indagó Jorge en voz alta y todos me miraron con expectativa esperando la respuesta.
- Oh, ¿sobre la tarea? , no sé, tengo que ir a la biblioteca a buscar un tema. - Respondí mirando fijamente a Héctor.
- ¿Que te parece si vamos ahora después de almuerzo? , -sugirió Héctor dándose cuenta que casi mete la pata y en voz más alta para que todos oyeran.
Terminamos de comer en silencio, mi mente se fue involuntariamente a los relatos que mi tío nos hacía de lugares donde había estado y sobre todo de los Estados Unidos, donde había vivido tantos años. Recordé lo que nos había contado de la discriminación que existía en Los Estados Unidos contra los negros y los judíos especialmente en los Estados del Sur. Me pareció inhumano que hubieran baños separados y que los negros tuvieran que pararse para ceder su asiento a un blanco en el autobús, o que no pudieran ir a las mismas escuelas, o que no pudieran comprar una casa en el barrio de los blancos. Me sentí feliz que no fuera así en Cuba. Héctor era como mi hermano y cuando lo miraba no veía el color de su piel, sino, un fiel amigo.
-¿Quieres más? le pregunté, a Héctor que limpiaba el plato con un pedazo de pan.
- No, ya estoy lleno contestó, un poco apenad , yo iba a insistir, pero miré el reloj de la pared y me levanté como un resorte. Esta vez salimos por la puerta del frente. La tarde estaba vestida de domingo. Caminábamos en dirección al parque y el espíritu de fiesta que caracterizaba el último día de la semana, se hacía de manifiesto a cada paso. Los niños patinaban o montaban bicicletas en las aceras, mientras los padres se protegían del sol, meciéndose ociosamente en los sillones de sus portales. El canto rítmico de los vendedores ambulantes anunciando una impresionante diversidad de productos , era todo un festival musical. La caricia de la brisa perfumada de yodo y sal que venía de un mar engalanado de verde y plata, competía con un derroche de colores de un sol que decía adiós besando el horizonte.
De pronto, me detuve como si hubiera chocado con una pared invisible y el bullicio y las imágenes de aquella tarde perfecta desaparecieron. Ante mis incrédulos ojos, solo alcazaba ver el espejismo más bello que hubiera jamás imaginado. Vestida con un traje vaporoso de encajes rosados que trataban inútilmente de ocultar una figura angelical, me encontré frente a una joven de tez anacarada y labios perfectos que se acercaba a mi lentamente. Su andar armonioso, me hizo recordar el cadencioso mecer de las palmeras. Un sombrero de paja fina y ala ancha adornado con encajes rosados, cubrían parcialmente la espesa cabellera dorada que caía como una cascada sobre sus delicados hombros. La brisa con olor a mar, se confundió con el suave perfume de aquella visión, la cual, sonreía mirándome con sus grandes ojos de cielo. De pronto se detuvo frente a mi y con un gesto delicadamente femenino, entreabrió sus labios para decir :
- Hola, ¿tu eres Juanito verdad?
El corazón me dio un vuelco, quería hablar pero el nudo que tenía en la garganta solo me permitió asentir con la cabeza.
-Mi nombre es Mary, soy nueva en el barrio, pero ya conozco a Graciela y Anita, ellas me han hablado mucho de ti .
- ¿Tú vives en la casa rosada verdad ? le pregunté con voz entrecortada?
- Si, contestó Mary, espero que me visites , somos vecinos.
- ¿Tú eres la que tocas el piano ?
- Lo estoy estudiando, pero todavía no lo toco muy bien -contestó Mary ruborizada, mientras bajaba un instante la mirada
-Oh, déjame presentarte a Héctor, mi mejor amigo,
-Hola, respondió Héctor, que había permanecido callado durante el encuentro y adelantando unos pasos en dirección al parque me dijo abriendo los ojos en un gesto picaresco :
- Te veo luego
- Si, está bien, contesté mecánicamente sin mirarlo, mientras me perdía aún más en aquellas inmensas pupilas que acariciaban mis sentidos.
Por una eternidad permanecimos inmóviles mirándonos fijamente. Me imaginé que nuestras almas, como formas luminosas, salían de nuestros cuerpos y se fundían en un abrazo.
- Graciela me dijo que estaremos juntos en la misma clase, así es que podremos hacer las tareas juntos -comentó Mary interrumpiendo mi fantasía. Algo en su mirada hizo que mis piernas se aflojaran. Con sus labios entre abiertos como si fuera a decir algo, abrió la puerta de hierro y entró en el pequeño jardín sin dejar de mirarme. Cuando llegó al portal, se volvió quitándose el sombrero mientras sacudía la cabeza en un gesto de coquetería . Levantó su mano para decirme adiós una vez más sin perder los huequitos que se formaban en sus rosadas mejillas cuando sonreía .
Después que Mary cerró lentamente la puerta tras de sí, permanecí en el mismo lugar sin poderme mover. Había perdido la noción del tiempo y del espacio . También, había perdido el corazón.
Cuando llegué al parque, Héctor me estaba esperando sentado en uno de los bancos de piedra que miraban hacia el mar. Cuando me vio venir me dijo sonriendo :
-Parece que te han arrancado el cerebro, luces como un robot .
- El cerebro y el corazón, los dejé allí con esa chiquilla, te confieso que estoy enamorado. Hector me miró con los ojos abiertos en un gesto que le era muy peculiar y sonriendo en tono de burla me contestó:
-Ya me di cuenta, pero ella también sintió algo, porque los dos parecían un par de idiotas mirándose unos a otros. Juanito, siento cambiar el tema , pero tenemos que planear lo que vamos a hacer con lo del tesoro .
- Si , ya se - contesté con voz melancólica y en un tono distante. No podía y no quería dejar de pensar en Mary, el recuerdo de su voz todavía acariciaba mis oídos y la visión de su figura entorpecía mis sentidos . Así que esto es el amor , pensé, -Ahora comprendo porqué los adultos parecen mongólicos cuando se enamoran, esto es peor que una gripe de las malas.
- ¿Se te ha ocurrido algo ? - volvió a preguntar Héctor sin darse cuenta del estado mental en que me encontraba.
- Bueno, ... hay que averiguar donde está el cuervo, si en la residencia o en la finca. Se me ocurrió llamar a la residencia del difunto con algún pretexto y tratar de averiguar la dirección de la finca, lo más probable es que el cuervo esté allí.
- No hay que hacer nada de eso -me interrumpió Héctor. -Mi primo vive en el Cotorro y él sabe donde está la finca. Es más, me dijo que cree que está abandonada, porque las luces permanecen apagadas por las noches y lo más interesante -continuó diciendo Héctor. - ¿ Sabes como se llama la finca.?
Antes de que yo pudiera contestar, él mismo anticipó la respuesta.
- !El Cuervo de Oro.!
- !Que interesante,! - exclamé , quedándome pensativo por un instante, pero enseguida respondí :
- El primer paso será visitar la finca, lo haremos, Manolo, tú y yo solamente, mucha gente puede levantar sospechas.
- ¿Que te parece mañana por la noche ? - preguntó Héctor visiblemente entusiasmado.?
- Creo que será mejor por el día, para poder registrar bien la casa . Las luces de las linternas se ven mucho por la noche, sobre todo en una casa abandonada - Respondí
- Podríamos hacerlo mañana, después de la escuela -sugirió Héctor.
- No, mejor será el martes, mañana tengo cosas que hacer por la tarde -contesté, pensando en mi encuentro con Mary después de la escuela. El recuerdo de su imagen me volvió a estremecer , mientras un extraño calor interior invadió todo mi cuerpo. Sin más comentarios, me despedí de Héctor. Quería estar solo con mis fantasías . Mientras caminaba junto al muro del malecón que bordeaba la bahía, me imaginaba que Mary y yo caminábamos juntos cogidos de las manos acariciándonos con la mirada. ... El tiempo se detuvo.........













Capítulo IV
El cuervo de oro


Yo no puedo ser el único que odie los lunes por las mañanas, pensé. El mundo entero tiene que sentir una repulsión especial por ellos. No solo porque marca el final de los agradables Sábados y Domingos, sino también, porque señala el principio del desagradable comienzo del trabajo o la escuela. Pero este lunes me levanté con inusual entusiasmo y aunque la contagiosa alegría que desplegé durante el desayuno no pareció contaminar a nadie, logré sin embargo poner en tela de juicio mi salud mental, ya que todos consideraron mi inexplicable felicidad como una prueba más de mi irracionalidad, o mi demencia.
Mi mente se había convertido en una calculadora hecha de aserrín incapaz de cálculo alguno y mi vocabulario se había reducido a una sola palabra, la cual, abarcaba ahora la totalidad de mi memoria: ! Mary !.
Esta vez no salté el viejo muro de concreto para cortar camino, sino, que ante las miradas sorprendidas de todos, salí por la puerta del frente. Por supuesto, en mi acelerado corazón abrigaba la la secreta esperanza de encontrarme con la razón de mi mongolismo. Había salido más temprano que de costumbre. Todo a mi paso me parecía nuevo y más agradable. Por primera vez escuché con agrado como el ruido de los cacharros de aluminio que chocaban entre sí servían de acompañamiento rítmico al canto otras veces monótono del vendedor ambulante de cazuelas. Para mi asombro, mariposas que solo había observado en el potrero durante la primavera, volaban ahora sobre el pavimento y el asfalto alardeando de sus colores. La mañana me parecía más brillante y los vecinos más alegres y joviales que de costumbre.
En esta robótica condición en que me encontraba, entré al aula, cuando todos estaban ya sentados en sus sitios Noté con agrado que Anita cuyo pupitre quedaba junto al mío, se lo había cedido a Mary. Pedrito, el Don Juan de la escuela no había perdido tiempo y se hallaba sentado en mi pupitre sacándole conversación. Cuando me acerqué a él lo miré seriamente y sin decir una palabra, le hice una señal con la mano ordenándole que se levantara, lo cual él hizo de inmediato. Cuando me disponía a sentarme, inadvertidamente dejé caer uno de mis libro . Mary y yo nos agachamos al unísono y casi chocamos las cabezas. Nuestras manos se encontraron sobre el libro al mismo tiempo, el roce de su mano me estremeció. Los dos levantamos el libro lentamente como si pesara mucho. Me volví a perder en sus pupilas. Estábamos tan cerca los dos, que su tibio aliento me llenó de una extraña sensación. Me dejé caer como un autómata en el asiento.
-Gracias contesté recibiendo el libro. - pero no pude devolver la sonrisa que ella me ofrecía. Después de todo, los robots no sonríen. En ese momento sentí la voz lejana del profesor Godinez que reclamaba atención, no recuerdo más nada de la clase. Pero en aquel instante, con la poca mente que me quedaba, me di cuenta que tendría que repetir el curso.
Aquella tarde después de la escuela Mary y yo caminamos juntos hablando de insignificancias, de esas que elevan las almas de los enamorados a los remotos parajes de lo indefinible. No se cuando, mi mano tomo la suya, solo recuerdo que no la pude mirar, creo que ella tampoco me miró, pero jamás olvidaré la caricia de su mano presionando la mía suavemente. Sentí ganas de reír, y de llorar, no se qué. Los latidos de mi corazón golpeaban mi pecho y el nudo en mi garganta se apretaba aun más. De pronto nos detuvimos volviéndonos para mirarnos al mismo tiempo. Sonreímos al unísono y continuamos nuestro andar ahora más cerca y más lento, como no queriendo llegar a nuestro destino. Por largo rato permanecimos en silencio, comunicándonos solamente a través de furtivas miradas y de esos pequeños apretones de manos; misterioso y complicado lenguaje que solo entienden los que aman. Sin darnos cuenta, nos encontramos frente a la casa rosada. Mary empujó la reja y entró en el patio con su mano aún sujetando fuertemente la mía. Me arrastró suavemente hasta la entrada y cuando se disponía a tocar la puerta, ésta se abrió de repente. Mary soltó mi mano rápidamente y alejándose un tanto de mí exclamó:
- Hola mamá, ¿Como supistes que era yo?
- Sentí la reja abrirse y supuse que eras tú, estaba ansiosa de saber como te había ido en la escuela - contestó con una sonrisa. Los huequitos que aparecieron en sus mejillas cuando sonrió me parecieron familiares al igual que aquellos grandes ojos azules los cuales me estudiaban de pie a cabeza.
-Mamá, este es Juanito un vecino de la cuadra y además somos compañeros de clase, lo invité para que me ayude con la tarea - , anticipó Mary. Yo fuí el más sorprendido de todos, no habíamos planeado hacer la tarea, simplemente no habíamos hablado después que nos cogimos de las manos. Mary me hizo un gesto con los ojos como preguntándome si me agradaba la idea. Yo solo pude sonreír.
-Mucho gusto Juanito, mi nombre es Delia- respondió mientras estrechábamos nuestras manos en un caluroso saludo.
Delia era una mujer delgada y sumamente atractiva. Su pelo castaño claro ondeaba sobre sus hombros en un suave contraste con su piel rosada. Pensé que más, que su madre, parecía ser su hermana, pero no lo dije, tenía miedo hablar y decir algo indebido. Me limité a sonreír levemente.
-Pasa adelante y siéntate - Me instó Delia mientras cerraba la puerta tras de sí - Allá en la mesa van a estar más cómodos para hacer la tarea - comentó, mientras atravesaba un suntuoso recibidor, dirigiéndose al espacioso comedor formal amueblado con una larga mesa de gruesas patas de madera torneada, con seis sillas y dos butacas. La vajilla fina y los artefactos de plata guardados en la enorme vitrina al final del comedor me hicieron sentir algo inconfortable. Pensé que Mary era de una familia rica y sentí vergüenza de mi comedor en la cocina y miedo que no me aceptaran por ser tan pobre. Mary había desaparecido en el interior de la casa. Me senté en uno de los confortables sillones con la mirada fija en un cuadro que colgaba de la pared. El grueso marco dorado de madera tallada servía de realce a la pintura de un hombre vestido con un traje obscuro. Su pequeña barba y espejuelos redondos le daban un aire de importancia. Sus dedos pulgares descansaban en los bolsillos del chaleco y una cadena sobresalía de uno de los bolsillos delatando la existencia de un posible reloj.
-Esa es una pintura de mi esposo, que en paz descanse -adelantó Delia- La mandé a hacer de una foto suya. ¿Verdad que era guapo? Bueno, desde el punto de vista de mujer. ¿ Tu no sabrías verdad ? Los hombres no encuentran a otros hombres guapos, supongo. -
Me agradó que se hubiera referido a mí con el calificativo de “hombre”, aunque solo haya sido una comparación a nivel hormonal.
- Creo que sí era guapo, por lo menos así me gustaría lucir cuando tenga su edad. - Contesté tratando de sonar lo más sincero posible y sin dejar de mirar el cuadro.
- Mi padre era el mejor cirujano de Camagüey comentó con orgullo Mary - entrando en el comedor. No había dudas que se había mantenido al tanto de todo lo que Delia y yo hablamos. Se había soltado el pelo y su perfume invadió la estancia turbando momentáneamente mis sentidos.
-Bueno los dejo para que puedan estudiar, comentó Delia mientras se alejaba. Por un segundo la seguí con la mirada, había algo familiar en su andar. Me volví para decirle algo a Mary, ella me miraba fijamente. Se me olvidó lo que le iba a preguntar.
-¿Que te parece mi madre ? -Me preguntó sin dejar de mirarme.
- Me cayó muy bien - contesté tratando de medir mi respuesta, pero la realidad era otra. En maneras diferentes, imposible para mi de poner en perspectiva, amaba a dos mujeres al mismo tiempo.
Después de la tarea, Delia, Mary y yo nos enfrascamos en un reñido juego de parchís. Confieso que tuve que poner un gran esfuerzo en perder, jamás había conocido dos jugadores de parchís tan malos .Tal parecía que los tres estábamos tratando de perder, en cuyo caso yo gané. Después de declinar la invitación a cenar que me hicieran insistentemente las dos, me dirigí a la casa de Héctor.
Mi buen amigo vivía en un pequeño cuarto en una de esas pintorescas cuarterías conocidas en Cuba como un solar. Nunca he sabido porque le llaman solar, a menos que sea porque el sol entra al patio interior del edificio. La vieja estructura de ladrillos y cemento albergaba una docena de familias. Cada familia habita en un pequeño cuarto y todos los cuartos tienen acceso al patio interior. El portón de la entrada medía unos cuatro metros de altura por dos de ancho. En la actualidad permanecen abiertos de par en par las 24 horas. Sin embargo, en el siglo pasado, cuando el edificio que ahora alberga a tantas familias pertenecía a una sola, las enormes puertas se abrían y cerraban a diario para dejar pasar los coches de caballos los cuales quedaban estacionados en lo que ahora es el patio central.
No hay duda que los inquilinos de los solares, por lo general son familias de bajos recursos los cuales no disponen de las modernas comodidades que disfrutan otras, con mejor posición. La vida en el solar es muy pintoresca y ofrece una experiencia continua en el arte de vivir en comunidad. Las familias comparten el mismo baño, el patio y el fregadero de cemento donde todos lavan la ropa. Pero lo que más pone a prueba a sus humildes moradores es la proximidad con que se ven obligados a convivir a diario.
Ya había llegado al gran portón del solar. Esa noche, más que otras, los vecinos alardeaban del volumen de sus radios. Las tendederas de ropa como banderas multicolores, se inclinaban para recibirme y los vecinos conversaban a grito limpio de un lado al otro del patio. Pero era el olor peculiar del solar el que desafiaba descripción alguna. Una acuarela de olores indefinidos, formados en su mayoría por los sofritos criollos de 12 comidas diferentes, se mezclaban con la humedad perenne de las viejas paredes coloniales, para completar el colorido único del solar cubano.
Cuando Héctor me vio en el patio salió del cuarto para recibirme
-Qué estabas haciendo - le pregunté
-Nada, oyendo la novela con mi tía,
-Buenas Mercedes, ¿ Como se siente de la artritis ? - le pregunté a modo de saludo mientras me acercaba a ella para darle un beso en la mejilla.
-Ahí en la lucha mi “llijo” - me contestó con tono de resignación sin dejar de mecerse en el viejo sillón de madera.
Mercedes era una señora corpulenta de piel más clara que Héctor. y solo su lento andar y las canas que contrastaban con su pelo negro delataban su avanzada edad. Nunca se había casado por no ponerle padrasto a Héctor el cual ella crió desde los dos años, cuando sus padres murieron en un accidente. La pensión de enfermera que Mercedes recibía solo le alcanzaba para vivir modestamente, aunque Héctor ayudaba vendiendo los deliciosos tamales que ella hacía.
-Héctor y yo salimos del cuarto y nos sentamos en una caja de madera junto a una enredadera de buganvilla que nunca daba flores.
-¿Que es lo que hay? - preguntó Héctor iniciando la conversación - ¿Has visto a Mary ?
-De allá vengo le contesté, - suspirando profundamente.
-Creo que te perdimos, te has embobecido.- afirmó Héctor con gran énfasis.
-No, chico, lo que pasa es que, bueno.... creo que nunca me había enamorado y ....esto es nuevo para mi, pero ...sí, tienes razón me he convertido en un robot...pero eso sí, a gusto.
- Oye Juanito, ¿que vamos a hacer sobre el mapa? -Bueno, por eso vine a verte quiero hablar contigo sobre eso, mira, yo se que Manolo tiene razón en parte, el chico tiene millones y nosotros nada, pero la realidad es que el tesoro es de él y bueno, no sé, me siento mal quitándole algo que le pertenece.
-Chichongo ... ¿ Acaso no nos llevamos la línea del tren y se la vendimos a la fundición ?......
-Si, pero eso es diferente, primero la línea estaba allí casi enterrada, oxidándose. No le hicimos daño a nadie y prácticamente no se la quitamos a nadie, además, no la vendimos para nosotros, sino, para los viejitos del asilo.
Héctor no contestó, pero la expresión de confusión reflejado en su cara lo decía todo.
- Bueno, admito que estoy confundido y no se que hacer, exclamé cruzándome de brazos. Permanecimos en silencio por un largo rato meditando sobre el dilema .
- Oye Héctor, ¿ Porqué no tratamos de hablar con el hijo del muerto? - .
-Claro, Chichongo, esa es la solución, creo que has dado en el clavo .
-Le ayudamos a buscar el tesoro y si después él quiere compartir con nosotros, eso ya es otra cosa. ¿ Te parece bien ?
-Me parece muy bien . Por lo menos ya tenemos un plan a seguir exclamó Héctor con alivio.
-Ahora el problema es averiguar donde está el chico y ponernos en contacto con él, mientras tanto, vamos a estar seguro que existe el mapa antes de localizar el chico. Mañana sin falta vamos tu y yo a la finca para estudiar la situación.
-¿Porqué no vamos bien temprano antes de la escuela- sugirió Héctor.
-Está bien , yo te recojo aquí a las 6:00 de la mañana-
Me levanté súbitamente y salundándole al estilo de las Aguilas, me dirigí con decisión hacia la salida del solar, pero antes de llegar al gran portón, me volví y le dije :
-Héctor, avísale a Manolo y a Goyo, para que vengan con nosotros, no debemos dejarlos afuera.
El Viejo Rey parecía flotar perezoso en el horizonte como una mota de carmín, mientras sus penetrantes rayos presagiaban ya el caluroso día que se avecinaba. Llené mis pulmones del aire húmedo de la mañana, salté el muro del patio y con paso ligero me dirigí hacia la casa de Héctor, caminando sobre los rieles del tren. Un torbellino de ideas y de proyectos servían de trasfondo a las imágenes de Mary, mezclándose entre sí en una agradable confusión.
Cuando llegué al solar, Manolo, Goyo y Héctor estaban parados algo alejado del portón. Enseguida comprendí porque. Dos inquilinas del solar baldeaban la acera y la restregaban con escobas lo cual era una vieja costumbre que heredamos de los españoles. Mi padre siempre me decía: Los españoles limpian mejor sus aceras que sus cuerpos. Héctor y Manolo tenían los zapatos y los bajos de los pantalones mojados y Goyo se burlaba de ellos. Justamente cuando llegaba junto a ellos, una de las señoras que baldeaban la acera, lanzó sin darse cuenta un cubo de agua en nuestra dirección, alcanzando a Goyo casi hasta la cintura. Como un resorte los cuatro buscamos refugio en la acera del frente. Goyo visiblemente molesto, hacía alarde de su vasto repertorio de malas palabras, mirando de cuando en cuando a la agresora en la acera del frente, como para dar más énfasis a sus coloridas expresiones. Por supuesto, Héctor y Manolo que habían soportado con estoicismo la burla de Goyo, se reían ahora histéricamente, Yo me uní a ellos en espontánea carcajada , mientras Héctor sin dejar de reirse repetía sin cesar , “ El que ríe último ríe mejor”
La *guagua que nos llevaría al Cotorro estaba abarrotada, pero todos conseguimos sentarnos. El tráfico de automóviles era infernal. Tal parecía que cada familia en la Habana poseía un carro. Bueno por lo menos el servicio de guaguas era muy eficiente, pensé y aunque hay mucho tráfico, por lo menos no tenemos que esperar por la guagua, porque siempre hay una a la vista. Que lástima que no hayan tranvías para el Cotorro. Me gustaba montar en ellos. Trabajaban con electricidad, por medio de un troly que tomaba la corriente de líneas suspendidas sobre las calles sujetadas a los postes laterales. El tranvía rodaba suavemente sobre dos líneas férreas como un tren, pero casi no hacía ruido excepto cuando doblaba las esquinas, ni producía humo como las guaguas. Sus asientos eran de mimbre tejido, muy adecuado para el calor del trópico. Cuando el tranvía llegaba al final de la vía, no podía virar en redondo. Este ingenioso vehículo caminaba para alante lo mismo que para atrás y los dos extremos eran idénticos, farol y todo. El conductor se mudaba para el extremo opuesto, donde también habían controles y se utilizaba el trole al otro extremo del vagón. En cuestión de segundos estaban listos para el viaje de regreso. Ninguno de nosotros pagábamos el viaje del tranvía, aunque tuviéramos los cinco centavos preferíamos colgarnos de las puertas, escondidos del conductor por supuesto. La experiencia era verdaderamente excitante y un tanto peligrosa, especialmente cuando venía otro tranvía en sentido contrario a alta velocidad. No solo el espacio entre los dos vehículos era muy pequeño, sino, que la compresión producida por el desplazamiento de aire entre los dos tranvías era enorme y teníamos que sujetarnos fuertemente para no caernos cuando esto sucedía. Mi tío Manolo me contó que el vio el mismo tranvía en la ciudad de Nueva Orleans en uno de sus viajes a Los Estados Unidos.
Cuando llegamos al Cotorro, fuimos directamente a la dirección que nos había dado el primo de Héctor. A juzgar por la extensión del alto muro que parecía rodear gran parte de la finca y por las dos grandes verjas de hierro de la entrada, no cabía duda que el Cuervo de Oro era todo lo que me había imaginado.



A través de las puertas de hierro se podían divisar varias estructuras. Una parecía ser los establos y otra más pequeña la que alojaban a los criados. En el centro, sobre un promontorio dominando el paisaje con su majestuosidad se alzaba la gran casona de tres pisos con sus grandes columnas coloniales, reminiscente de la época de oro de las grandes plantaciones del siglo pasado. La puerta de la garita donde otrora se apostaba el guardia de seguridad colgaba de una sola bisagra y la hierba había crecido entre los adoquines del hermoso camino sembrado a ambos lados de palmas reales. El muro al igual que la reja de entrada eran muy altos para saltarlos, además, ambos estaban demasiado a la vista de los transeúntes. El muro terminaba a unas pocas cuadras de distancia y doblaba por una calle lateral extendiéndose unas cien yardas, pero ahí terminaba. Una cerca de alambre de púa continuaba enmarcando la propiedad y hacia ella nos encaminamos. Cuando llegamos a la cerca, continuamos otras cien yardas adentrándonos en una pequeña area boscosa .No tuvimos que saltar la cerca, porque una buena sección de ella, había sido derribada con algún vehículo pesado. Las grandes ruedas habían dejado dos profundas zanjas a ambos lados de la cerca , ahora llenas de agua y fango debido a las recientes lluvias.
Nos acercamos a la casona por la parte de atrás, Las puertas estaban cerradas y los grandes ventanales de madera y cristal, aunque falta de pintura, hacían imposible la entrada. Finalmente encontramos una compuerta de madera casi al nivel del piso la cual cubría una escalera que daba al sótano. Esto fue de gran sorpresa para todos nosotros. Era la primera vez que veíamos un sótano, ya que en Cuba las casas no se fabrican con ellos.
Cuando llegamos al final de las escaleras, pudimos dar solo unos pasos, y nos detuvimos. La obscuridad era tal que no podíamos ver más allá de nuestras narices. Pronto nuestras pupilas se abrieron lo suficiente para entrever algunas siluetas. Viejos estantes de madera llenos de libros, latas de pintura y un sin número de misceláneos de inservibles artefactos se encontraban regados por todas partes. El olor a humedad era tan penetrante que convertía cada respiro en un proyecto. Al final del sótano, en la parte más obscura contra la pared, adiviné una escalera que subía hacia el piso principal.
-Caballeros, - Exclamé - Creo que hay una escalera
- ¿Donde ? Preguntó Héctor.
-Si , yo también la veo contestó Manolo dando un traspié en su excitación por llegar a ella primero. La poca luz que entraba por la compuerta abierta iluminaba las camisas blancas de nuestros uniformes escolares haciendo que nos pudiéramos ver unos a otros, pero también nos dificultaban un poco acostumbrarnos a la casi total obscuridad.
-No se muevan de donde están, hay muchas cosas en el piso ya estoy en el primer peldaño de la escalera, voy a subir solo a ver si la puerta está abierta.
Al abrir la pequeña puerta, el sótano se llenó de una tenue iluminación, casi fosforescente que permitía verlo todo. Un viejo piano lleno de telarañas yacía en una esquina con las teclas contra la pared, Montañas de libros que no cabían en los estantes descansaban sobre media pulgada de agua putrefacta.
- Por eso había tan mal olor, - pensé . Más allá, casi al final del sótano habían grandes cajas embaladas con cinchas de metales preparadas para embarque marítimo. Una de ellas había sido parcialmente abierta y exhibía la cabeza de un venado con uno de los tarros partidos .
Cuando todos llegamos al piso principal, comenzamos a gritar en alta voz : ¿Hay alguien aquí ? Hola, Hola, Hay alguien aquí. Luego permanecimos en silencio por unos instantes como para cerciorarnos que no había nadie.
-Bueno vamos a dividirnos para terminar más rápido, Manolo, Goyo, Uds. revisen los pisos superiores. Miren bien en los *escaparates.
-Yo voy por este lado me dijo Héctor, asentí con la cabeza y me dirigí en sentido opuesto.
La casona era todavía más grande por dentro que lo que parecía por fuera. Ya en el centro de la sala junto a las grandes puertas de la entrada principal, pude apreciar la belleza arquitectónica de aquella mansión. El salón principal había sido diseñado para grandes eventos. Su piso , formado por grandes cuadros negros y blancos de mármol pulido, aparentaban un tablero de ajedrez. Las anchas escaleras de mármol y sus balaustres sostenidos por estatuas también de mármol con figuras de diosas grabadas a mano, desafiaban descripción. La escalera de cerca de dos metros de ancho en su base, se dividía en el primer descanso formando una armoniosa curva hacia ambos lados del segundo piso . Por un instante, me pareció ver una de esas damas antiguas con sus elaborados trajes de paraderas y sus estrechas cinturas bajando las escaleras, mientras con estudiada maestría alzaba levemente el vestido con las dos manos y en el salón las elegantes parejas se deslizaban alegres al compás de un vals.
Entré en la biblioteca con sus paredes cubiertas de finos estantes llenos de libros y sus grandes ventanales que llegaban hasta el piso. La alfombra llena de arabescos en verde y rojo cubría gran parte del piso de mármol, el cual se extendía por toda la casa. Cuatro pequeñas hendiduras circulares formando un cuadrado en el centro de la alfombra delataban la ausencia de lo que pudo haber sido un pesado escritorio .
Las voces de mis compañeros llamándose unos as otros me hizo volver a la realidad. Nos volvimos a encontrar en el pequeño vestíbulo junto a la escalera que daba al sótano. Las palabras no eran necesarias, nuestros rostros expresaban claramente que nuestra búsqueda había sido infructuosa.
- ¿Buscaron bien en los pisos de arriba, pregunté?
- Hay ocho habitaciones y menos una todas están vacías contestó Manolo.
- Buscamos hasta debajo de las alfombras añadió Goyo en tono de disgusto, sentándose en el piso contra la pared. Miré a Héctor, éste no contestó, solo me miró moviendo la cabeza de un lado a otro en la señal de negativa universal.
- Por unos instantes, todos nos quedamos en silencio, absortos en nuestros propios pensamientos. Yo repasaba mentalmente lo que había observado en la casona como para estar seguro que no había dejado nada sin registrar. De pronto, lancé un grito, ! Que estúpido somos ! Como no nos dimos cuenta, si estaba en nuestras mismas narices. -Diciendo esto , abrí la puerta que daba para el sótano y seguido por mis compañeros bajé rápidamente las obscuras escaleras.
-El último que baje que mantenga la puerta abierta para que entre luz , porque no me veo ni las manos. Goyo abrió la puerta y no teniendo con que sostenerla, se quedó aguantándola con una mano, mientras se inclinaba curioso observando lo que hacíamos.
-La cabeza de venado, grité para que todos me oyeran - las cajas contienen animales disecados.
- Por supuesto, contestó Manolo, el cuervo tiene que estar en una de ellas. Los dos cinchos metálicos se cruzaban entre sí mordiendo la madera en los extremos como muestra que las cajas habían sido empacadas con esmero. Traté de halar uno de los cinchos con mis manos, pero ni siquiera pude separarlo de la madera. No había duda que necesitaríamos un martillo o alguna herramienta para abrirlas.
- ¿Alguien ha visto allá arriba alguna herramienta o algo que pueda servir para abrir las cajas? - pregunté, pero no hubo respuesta.
- Vamos a buscar algo, sugirió Héctor, y todos comenzamos a subir la escalera. Como hormigas locas volvimos a recorrer la casona semi vacía, esta vez Héctor y yo subimos a los pisos superiores, como para cerciorarnos que Manolo y Goyo no habían dejado algo por revisar. Supongo que ellos pensaban lo mismo de nosotros mientras recorrían el primer piso.
El tercer piso tenía solo tres habitaciones, pero eran las más lindas de todas . Cada una tenían acceso a una amplia terraza, desde donde se podía ver a gran distancia. Abrí la doble puerta de madera y cristal que daba a la terraza y caminé sobre los mosaicos españoles que cubrían el piso. Grandes macetas de fina cerámica adornaban el perímetro de la terraza. Las imaginé sembradas de plantas exóticas y flores multicolores. El bello mosaico arabesco cubría también las paredes del muro que rodeaba la terraza y sobre sus dos esquinas frontales se erguían orgullosas dos inmensas cabezas de leones con las fauces abiertas, las cuales miraban hacia la entrada principal como protegiendo la morada. La terraza hacía esquina y desde ella se podía ver también gran parte de la finca, con la mirada recorrí el muro y luego la cerca de alambre de púa que se perdía en la lejanía. A lo lejos se podía ver una siembra de árboles sembrados en hileras, parecían ser de mango o de aguacates. No obstante la distancia, la hierba alta que crecía entre los arboles delataban su abandono. De pronto observé algo que me congeló la sangre en las venas. En dirección al area boscosa por donde habíamos entrado, del otro lado de la cerca, dos modernos automóviles negros Packard o Studebaker avanzaban a gran velocidad levantando a su paso una inmensa nube de polvo. Cuando llegaron al pedazo de cerca derribado por donde nosotros habíamos entrado, giraron sin vacilación rumbo a la casona. Me mandé a correr para dentro de la casa, mientras alertaba a los demás a gritos
_! Alguien viene ! - ! Se acercan dos autos ! Héctor, Manolo, alguien se acerca, todos al sótano. - Cuando llegué junto a la puerta por donde habíamos entrado, ya Manolo y Goyo habían bajado y Héctor me esperaba con la puerta abierta, la cual cerramos y aseguramos desde adentro lo mejor posible con un oxidado pestillo. Los cuatro nos sentamos en el quicio de cemento frente a la chimenea la cual a juzgar for la forma en que estaba hecho había servido también en un tiempo como cocina.
Nadie pronunciaba una palabra. De pronto me dí cuenta que la compuerta estaba abierta.
- No se mueva nadie, - advertí a los demás en un susurro. Me levanté como un resorte y resbalando en el piso cubierto de musgo subí rápidamente los pocos peldaños de piedra de la escalera exterior y cerciorándome que no había nadie, cerré las dos compuertas pasando el inmenso pestillo que la aseguraba desde adentro . Por unos instantes, permanecí sin mover un músculo en la total obscuridad. De pronto, escuché las voces de varios hombres que se acercaban discutiendo en alta voz. No podía distinguir lo que hablaban, porque todos lo hacían al mismo tiempo, pero el ruido que hicieron los cristales cuando se rompieron fue perfectamente distinguible.
-Han roto la puerta de cristal trasera para entrar a la casa, luego entonces no viven aquí - pensé. Acto seguido escuché el motor de un auto detenerse a pocos pasos de la entrada al sótano, una puerta del auto se abrió y se cerró de un tirón. Segundos después la otra. De pronto la voz ronca de un hombre mezclada con el llanto de un niño, se escuchó tan clara como si estuviera dentro del sótano.
- Vamos, camina bribón, gritaba el sujeto con un extraño acento y en tono amenazador . No teníamos que ver, para darnos cuenta que el chico no estaba entre amigos y que lo obligaban a caminar a empujones. Pronto las voces dejaron de escucharse y todo permaneció en silencio.
- Psst. Psst escuché uno de mis compañeros que me llamaban . Tanteando en la obscuridad, me acerqué torpemente a la chimenea y me senté junto a ellos .
- Oye - me dijo Héctor en un susurro - ! Escucha !.
La acústica natural de la chimenea permitía oír claramente las voces de los intrusos los cuales debido al sitio en que nos encontrábamos, calculé que debían estar reunidos en la biblioteca.
- Si no hablas te matamos a golpes - prometió uno de los hombres con acento extranjero y una voz estridentemente desagradable.
- Yo no sé de que me hablan, - contestó el muchacho entre sollozos.
- Tu vas a ver ahora, - amenazó el hombre de la voz ronca .
- !No ! , ! No ! - gritó aterrorizado el chico. No había duda que lo estaban torturando. Los golpes que le propinaban se escuchaban claramente y todos le gritaban insultos y amenazas al mismo tiempo .
-Donde está el oro - era la pregunta que todos le hacían al mismo tiempo .
- No se de ningún oro - contestó el muchacho. - Te juro por mi madre y por mi padre que está muerto, que no se de qué hablan - continuó diciendo a gritos el muchacho, casi ahogado por el llanto, pero en tono convincente .
- A tu padre lo matamos porque no quiso hablar - dijo una voz femenina con un acento extranjero todavía más pronunciado, lo cual nos sorprendió, pensábamos que eran tres hombres. - Así es que procura hablar si quieres vivir, continuó diciendo la mujer con tono firme.
- Si no hablas mataremos a tu madre igual que hicimos con tu padre y tu tía en Nueva York - amenazó el de la voz ronca que parecía ser el más autoritario.
- No, por favor, no maten a mi madre que es lo único que me queda en el mundo. - suplicó el niño sin poder terminar de hablar ya en un estado de histeria.
-Yo les dije que secuestráramos a la madre, pero no me hicieron caso . El chico no sabe nada y aunque lo supiera no va a hablar, estos Montoya son muy duros. ¿ No vistes como la vieja no habló aunque la torturamos - comentó el de la voz estridente.
- Mientras esto sucedía nosotros estábamos paralizados por el miedo. No sabía como ibamos a salir del atolladero en que nos encontrábamos. Pero una cosa era cierta. El tesoro era una realidad y teníamos que salvar al niño de una muerte segura. De pronto hubo un silencio, aún escuchábamos el llanto del chico, pero las voces de los asesinos se oían ahora en otra habitación y no entendíamos lo que hablaban. Sentimos el sonido del motor del auto cuando lo prendieron y después como se desvanecía en la distancia. Transcurrieron unos minutos. La terrible humedad y el aire viciado del sótano estaba haciendo estragos en nuestros pulmones. Casi no podíamos respirar, pero nadie se atrevía a hablar una sola palabra. El chico no paraba de llorar aunque ahora no era un llanto de histeria.
- Que terco eres Pablito, te dije que hablaras y no me hicistes caso - comentó la mujer dirigiéndose al joven, con el clásico tono de: “ Ahora atente a las consecuencias.” -Adolfo y Otto se fueron a buscar a tu mamá, uno de Uds. hablará, o los dos morirán. - comentó la mujer con frialdad, como si estuviera hablando de una receta de cocina, en vez de asesinato.
Sus palabras no parecían hacer mayor efecto en Pablito, el cual se hallaba ahora en silencio probablemente demasiado agotado para protestar.
-Por favor, no aprietes más las cuerdas, me duelen mucho las manos. - se quejó Pablito con voz temblorosa.
- Tu estás loco - contestó la mujer aparentemente apretando aún más las sogas que amarraban al chico, arrancándole un grito de dolor.
- Voy a buscar cigarrillos, y regreso en dos minutos, si tratas de escapar te voy a matar a golpes. ¿Me entiendes ? Advirtió la mujer en un tono convincentemente amenazador.
Después de pocos minutos escuchamos el ruido del motor del auto y después como este se alejaba.
- Rápidamente subimos las escaleras y abrimos la puerta adentrándonos en la biblioteca.
-¿Quienes son Uds.? - preguntó Pablito al vernos.
-No te preocupes de eso ahora - contesté - No hay tiempo que perder, esa mujer va a regresar pronto. Estábamos en el sótano y escuchamos todo lo que ha pasado, queremos ayudarte. Goyo, quédate mirando en la parte de atrás de la casa, Héctor, tu vigila la parte del frente .
-Por favor, ayúdenme, suéltenme las manos , llamen a la policía. Ellos asesinaron a mi padre. Y ahora planean matarme a mi y a mi madre .
- Lo sabemos, lo oímos todo, pero si te suelto y escapas, cuando regresen con tu mamá, la matarán.
-Tienes razón - contestó Pablito, no estoy pensando bien, por favor ayúdenme.
Tengo un plan, alguno de nosotros iremos a buscar la policía , pero yo me quedaré en el sótano para tratar de ayudarlos o ganar tiempo hasta que llegue la policía. Manolo, que estaba escuchando desde la ventana, exclamó :
-Yo me quedo contigo, que Goyo y Héctor vayan a buscar la policía.
-Está bien respondí, así se hará. No hay tiempo para discutir, la bruja está al regresar. Héctor, la vida de todos depende de ti y de Goyo. No salgan por el mismo lugar, vayan por el otro lado y salten el muro del frente que da a la avenida. Lleguen a una casa cercana y llamen por teléfono a la policía. Pero salgan ahora mismo.
Héctor y Goyo salieron corriendo por la puerta trasera bordeando la casa en sentido contrario hacia el frente de la finca. Manolo se quedó mirándolos mientras se perdían entre los arbustos que rodeaban las palmas reales y enseguida se dirigió a la puerta trasera para poder avisarme cuando regresara la mujer.
-Pablito, ¿ Ese es tu nombre verdad. ?
-Si, contestó el muchacho visiblemente más animado.
-Escucha, cuando regrese la bruja, actúa como si no nos hubieras visto. Trata de ganar tiempo, recuerda que estamos escuchando en el sótano, y que la policía vendrá muy pronto, pero no digas nada. Escucha bien, este es el plan, le dije mientras le cortaba las sogas de las manos con mi cuchilla. cerré la cuchilla y se la entregue -
- Siéntate arriba de la cuchilla, que no la vean
- Ahí vienen todos Juanito, los dos carros. - No me oistes, ya casi están en la puerta apúrate, exclamó Manolo alterado mientras corría hacia la puerta del sótano.
Pablito, pon las manos atrás como si estuvieras amarrado todavía, cuando oigas esta señal, me puse las manos sobre la boca y lancé la señal de Las Aguilas, entonces, tomas la cuchilla, cortas las cuerdas de tu mamá y los dos corren para el sótano. ¿Entiendes.?
- Si, entiendo, pero apúrate, o te sorprenderán.- exclamó Pablito asegurándose que estaba bien sentado sobre la cuchilla mientras ponía sus manos detrás de la espalda.
-Entré al sótano, en el preciso instantes que los asesinos hacían su ruidosa entrada, trayendo consigo la madre de Pablito.
- Mi curiosidad fue más fuerte que el miedo. Mantuve la puerta del sótano abierta lo suficiente, para poder echarle un vistazo a los asesinos. Al que ellos llamaban Otto, era el de la voz estridente. La voz le venía bien al sujeto, pero ambos eran igualmente desagradables, Otto era un hombre delgado de pequeña estatura, vestía un traje obscuro con un chaleco de tres botones y un sombrero de paño de ala ancha que lo hacia lucir mas bajito. Adolfo en cambio, era alto corpulento. Su inmenso tabaco y su fina guayabera de hilo, lo hacía parecer como un hacendado criollo acaudalado, pero su acento europeo lo delataba cuando hablaba Eva la mujer, parecía más hombre que ellos. Una blusa blanca de cuello y mangas largas, se perdían en un ancho pantalón negro de corte masculino con bolsillos, los cuales usaba para guardar sus manos y los cigarrillos americanos que fumaba constantemente El pelo corto peinado hacia atrás y sus zapatos de cordones encajaban perfectamente con su manerismo masculino. No cabía dudas que Eva tenía un desajuste en algún lado. En cambio la madre de Pablito, se veía una mujer femenina, más bien fragil. Vestía totalmente de negro y llevaba un pañuelo blanco en las manos. Sus ojos parecían hundidos por dos grandes ojeras, que delataban el sufrimiento de varios días. Cuando entró en la biblioteca, no pude ver más a través de mi rendija. Cerré la puerta y le pasé el pestillo. Bajé rápidamente las escaleras y me senté en el quicio para seguir escuchando.
- Por lo menos déjenme darle un beso, suplicaba la viuda
pero nadie la escuchaba, - me la imaginé atada en la otra butaca junto a Pablito.
- No te preocupes mamá, todo saldrá bien, - exclamó Pablito en tono calmado, lo cual tiene que haber sorprendido a los asesinos.
- Ya ve Doña Ana su hijo está bien. El no está preocupado. No hay problemas, Ud. Nos dice donde está el oro y los dejamos en libertad.
- Yo no sé de que oro hablan, pero si es dinero lo que quieren, yo lo tengo. Liberen a mi hijo y manténganme de rehén, yo daré intrucciones a mis abogados para que les entreguen la cantidad que ustedes. exijan. Pero por favor, no le hagan daño a mi hijo.
-Señora, Ud. no tiene suficiente dinero para pagar un rescate. El oro que se robó Montoya de Alemania sumaba millones de dólares. Explicó sarcásticamente, Eva.
- Les juro que mi esposo nunca me dijo nada de eso.
- ¿No me diga que usted. No sabía que él trabajaba para los Ingleses... Si señora sus esposo era un espía ?
-Eso no es cierto respondió la dama tratando de sonar convincente, yo supe que a mi esposo lo contactaron para ayudar la causa y que el viajaba a menudo por todo el mundo , pero todo era debido a su negocio de exportación el no tenía secretos para mi.
-Bueno basta ya, se me está agotando la paciencia,-exclamó Adolfo en tono amenazador.
-Señora, su esposo conspiró con los aliados para cambiar el nombre del barco que iba para Argentina. El oro fue puesto a propósito a bordo del barco equivocado rumbo a Cuba. Explicó Eva.
- Sabemos que una vez en Cuba, el oro fue sacado del barco personalmente por Montoya y llevado a algún lugar de la isla donde se encuentra escondido. Terminó de explicar Otto.
- Nazis asesinos, ustedes. Torturaron a mi esposo y después lo mataron. Yo se que voy a morir y mi hijo también, pero por lo menos supe antes de morir que Montoya fue más hombre que todos ustedes.
Se escuchó una bofetada, seguida de una queja de dolor.
- Cállate, exclamó Eva, aparentemente herida en su amor propio, cuando le tocaron lo de “ menos hombre” - Vamos a ver
si eres tan valiente cuando veas a tu hijo morir. Comentó Eva con sadístico placer.
-! No ! por favor, les daré todo el dinero que quieran pero no lo maten. Suplicó Doña Ana desesperadamente.
- Ya no hay nada que hacer - Indicó Adolfo, - me
marcho en el vuelo de la 8:00 el caso está cerrado. Ustedes. saben lo que teinen que hacer. Dispongan de los cadáveres, no dejen rastros. Hi Hitler. - Hi Hitler le contestaron los demás, -no los podía ver, pero me los imaginé con las manos extendidas, con sus uniformes llenos de suásticas Nazi y medallas como los había visto en el cine durante los cortos noticiosos.
En ese momento, Manolo sacó el revolver que utilizabamos en los ritos de iniciación y me lo enseñó, diciendo:
- Vine preparado para una emergencia y creo que esta es una emergencia, es verdad que es una sola bala, pero la tengo en el directo, solo tienes que quitarle el seguro y disparar.
- Manolo, tengo una confesión que hacerte, la bala no tiene pólvora, nunca la tuvo, se la quité para que nadie pudiera morir.
-No pude ver el gesto que Manolo hizo en la semi obscuridad, pero sabía que habían otros sentimientos, mezclados con la confusión y la frustración que el sentía en aquel momento
-Antes que pudiera responder, le quité el revólver de la mano y le dije: Cuando ustedes se iniciaron, se enfrentaron a la muerte y lo hicieron con valentia. Esta es mi iniciación, -Lo único que en esta operación puedo morir de verdad, pensé. En la obscuridad y sosteniendo el arma en mi mano derecha, nos saludamos al estilo de Las Aguilas. Manolo iba a decir algo, pero yo lo interrumpí,
- No hay tiempo, Cállate y escucha, abre la compuerta de atrás sin hacer ruido, cuando te mande a Pablito y a Doña Ana , sales corriendo. Si dejaron las llaves en el auto llévenselo, sino, cojan el mismo camino que cogieron Héctor y Manolo .
- ¿Y tu? Preguntó Manolo con voz entrecortada de emoción
-No te preocupes por mí, recuerda que estoy armado--Le dije sarcásticamente, mientras subía las escaleras. Cuando llegué junto a la puerta, esperé que Manolo abriera la compuerta y regresara a la base de la escalera. De un golpe abrí la puerta y revolver en mano, me adentré corriendo en la biblioteca. Adolfo se había marchado mejorando un tanto las posibilidades a mi favor, pero quedaban los más siniestros de los Nazis, Eva y Otto. Cuando entré a la biblioteca, Eva, cumpliendo su promesa de matar a Pablito primero. Se le acercaba cuchillo en mano. Adolfo me vio primero.
- ! Cuidado Eva ! Detrás de Ti, - Eva se volvió cuchillo en alto, por un momento no supo que hacer. Antes de que pudieran reponerse, lancé el grito de Las Aguilas. Como un resorte, Pablito se levantó y sin perder un segundo se dirigió a su madre mientras abría mi cuchilla y cortaba las sogas que la ataban. Doña Ana estaba más que sorprendida. Su boca había permanecido abierta y sus ojos no podían creer lo que acontecía. Pablito haló a su madre por un brazo y casi la arrastró hacia la puerta del sótano, donde la aguardaba Manolo.
- ¿Quien quiere morir primero ? - Pregunté lo más calmadamente posible, recordando el diálogo de alguna película.
- Pero si es solo un niño, exclamó Eva. -El no va a disparar, además el arma parece de juguete. Otto, quítale la
pistola,
Otto hizo un gesto como para abalanzarse sobre mí, pero yo lo intimidé volviendo el arma contra él Haciendo como que iba a disparar, pero me contuve en el último minuto. La mirada de Otto iba constantemente de mí a la repisa de la chimenea. Por el inmenso espejo de la pared, pude ver la razón. Una enorme pistola alemana descansaba sobre el mantel a mi espalda. Eva y Otto medían la distancia que los separaba del arma. Comencé a dar unos pasos hacia atrás acortando la distancia que me separaba de la pistola. Otto y Eva avanzaban también. Ya no podía ver el arma por el espejo, pero sabía exactamente donde estaba.
- Tu no puedes matarnos a los dos - comentó Otto - Además, aunque hieras a uno de nosotros, el otro te matará, ¿porqué no sueltas el arma ?. Nosotros no tenemos nada contra Ti, ni siquiera sabemos quien eres, todo ha sido un mal entendido.
-Sí, te dejaremos ir - confirmó Eva. Sin dejar de avanzar hacia mí con pequeños pasos .
- De pronto, poniendo mi mejor cara de alegría, y mirando hacia la puerta que quedaba detrás de ellos, grité : Oh al fin, la policía. El truco aunque viejo y gastado funcionó. Los dos se volvieron hacia la puerta al unísono. Sin perder tiempo, me abalancé sobre la chimenea y tomando la pistola en la mano les dije, apuntando a cada uno con una pistola:
-Ahora los puedo matar a los dos al mismo tiempo.
- Retrocedan, y siéntense en las butacas, así no, de espaldas bien pegadas. Eva. Suelta el cuchillo.
-¿Como sabes mi nombre mocoso? Preguntó Eva, en visible desconcierto mientras soltaba el cuchillo y se desplomaba en la butaca.
-Cállate Nazi asquerosa, yo lo se todo.
De pronto como había hecho en tantas ocasiones, me imaginé la cara de alegría del capitán del submarino alemán lanzando el torpedo que mató a mi tío. Me acordé del sufrimiento de mi madre y mis hermanos y sentí un irresistible deseo de apretar el gatillo. Pero mis ansias de venganza duraron solo unos instantes. Pensé en lo que siempre me decía mi madre sobre el perdón y sobre dejarle las cosas a Dios. Si yo apretaba ese gatillo me convertiría en uno de ellos, pensé. Click- ! Ban!. El estruendo de la bala me asustó a mi tanto como a ellos.
- Eso es solo una advertencia. La próxima irá dirigida al corazón. Otto coge la soga y amarra bien a Eva. Apúrate, antes de que me arrepienta de no matarte.
- Otto recogió la soga del piso y mientras amarraba a la bruja, parecía hablar solo:
-Derrotados por un mocoso, debería de darnos vergüenza . Jamás podremos regresar a Berlín.
-Cállate Otto, tu siempre fuiste un cobarde. -!Imbécil,! No me amarres tan duro me haces daño. Protestó Eva.
-Cállate ....eh Machona,
- ¿Que ?
- Bruja, eso es, el mocoso tiene razón, eres una bruja, siempre te desprecié. Te crees superior, la espía perfecta, Bah, no eres más que una.........
- !Basta ya ! - les ordené en mi mejor voz y con tono convincente .
Esta bueno ya de enamorarse, dejen el idilio para cuando estén tras las rejas. Ahora te toca a Ti, Otto. Recogí un pedazo de la soga que había cortado Pablito y le hice un nudo de ahorcado que había aprendido en el club de exploradores. Cierren los ojos les dije acercándome a ellos. Otto y Eva estaban sentados cada uno en una butaca dándose la espalda. Pasé el lazo sobre las dos cabezas al mismo tiempo, y lo ajusté sobre sus cuellos, haciendo que las cabezas de ambos se unieran en un gesto de miedo más que de dolor. Mientras mantenía la pistola apuntando hacia ellos. El nudo era tal que se podía apretar pero no se podía aflojar. Una vez asegurados de esa manera, me puse la pistola en la cintura y comencé a atarles las manos a Otto.
De pronto - sentí que alguien me sujetaba por detrás y me lanzaba con gran fuerza contra el piso . Eran dos hombres de gran estatura . Mientras uno me esposaba las manos a la espalda, el otro me sostenía la cabeza contra el piso. El peso del hombre con su rodilla en mi espalda estaba a punto de partirme la columna vertebral. No había sentido la herida que me causaron al estrellarme boca abajo contra el piso, pero sentí el calor de la sangre que brotaba ahora profúsamente de mi boca.
- Delincuente - Yo te voy a enseñar a robar lo que no es tuyo. - Uno de los hombres me propinó un puñetazo en la costilla derecha y el otro que estaba de pie, me dio un punta pie en el lado del estómago que casi me hizo perder el conocimiento.
-Era tanta la golpiza que no atinaba a pensar ni a defenderme. No sabía lo que estaba pasando. De pronto vi las distintivas luces de la policía reflejadas en el gran espejo y las paredes. Miré en dirección a las butacas donde había amarrado a Otto y a Eva. Ninguno de los dos estaba allí. Instintivamente traté de incorporarme para mirar en la otra dirección, pero el hombre me hundió aún más la rodilla en la espalda y me dio un manotazo como para que no moviera la cabeza.
De pronto escuché una voz femenina que decía:
- Cobardes, imbéciles, han cogido preso al muchacho que nos salvó de los Nazis. Suéltenlo inmediatamente. Sentí que la presión sobre mi espalda se aflojó, pero no pude moverme. Traté, de incorporarme pero no pude. El cuarto comenzó a dar vueltas y todo se puso negro. Había perdido el conocimiento.
Sentí una mano fría sobre mi frente y un olor penetrante a desinfectante. Escuché con alivio la voz musical de mi madre hablando con mi padre. No podía pensar, me dolía la cabeza como si estuviera partida en varios pedazos, pensé que lo más probable es que fuera así.
Finalmente abrí los ojos, pero por un instante solo pude adivinar las figuras de mis padres contra la luz que entraba por la ventana. Traté de hablar, pero solo me salió un quejido. Los hinchados labios no se ponían de acuerdo con las cuerdas vocales para pronunciar los vocablos correctamente, por lo que los sonidos que salían de mi garganta se convertían en palabras de un extraño e inteligible idioma.
Traté de organizar mis pensamientos. No estaba en mi casa. Seguramente me habían llevado al hospital. Bueno por lo menos estoy vivo. Se abrían escapado los Nazis, ! Los Nazis pensé !. Con gran esfuerzo me incorporé, exclamando: Los Nazis, los Nazis, ¿Se escaparon? Quiero saber.
-Tranquilízate, Juanito, Dios mío, está delirando - exclamó preocupada mi madre.
-No estoy delirando, quiero saber que pasó. Papi cuéntame, le insté mientras él se acercaba
- Esta bien, cálmate te lo contaré todo.- Respondió mi padre con la paciencia que lo caracterizaba, mientras se sentaba en el borde de mi cama y me ajustaba las almohadas.
- ¿Sabes que tu foto está en la primera plana de los periódicos? - Me informó mi hermana .
- Eres el héroe del barrio, confirmó mi hermano. Con gran excitación
- Del barrio solamente, no, sino, de toda la nación y el mundo libre que lucha contra esos asesinos, exclamó Doña Ana entrando por la puerta. Gracias a Dios que estás mejor. - continuó diciendo mientras se acercaba a mi cama y cogiendo unas de mis manos se la llevó a los labios en un beso maternal. Pablito que venía junto a ella permaneció callado, pero se acercó a mi con lágrimas en los ojos y cogiendo mi mano en sus manos, me dijo : Gracias, mi madre y yo estamos vivos gracias a Ti,
- Así es, - confirmó Doña Ana - Tu entraste en el momento que nos iban a matar. Quiero que te pongas bien, tengo tantas cosas que hablar contigo, tantas preguntas. Pero bueno, ahora a descansar.
- Ah ya despertó nuestro héroe. Muy bien - exclamó el doctor entrando por la puerta.- A ver, déjenme examinarlo, ordenó el doctor con firmeza mientras se abría paso entre el grupo que cada vez se hacía más numeroso. Mi padre se levantó de mi lado y cedió el paso al médico, el cual prosiguió a tomarme el pulso, mientras una de las enfermeras me ponía un termómetro en la boca .
- ¿Como te sientes ? - Me preguntó
- Bien le respondí
-¿Te duele aquí?
-No.
- ¿Y Aquí?
- Tampoco, volví a contestar - En realidad, me dolía por todas partes, pero quería salir del hospital lo antes posible, así es que soporté el dolor del examen sin quejarme.
-Doctor ya yo estoy bien, quiero irme para mi casa, ahora mismo.
-Eso es imposible - respondió el doctor,
-Quizás mañana, si estás mejor, ya veremos. - y dirigiéndose a los concurrentes en tono de advertencia les dijo: Juanito tiene que descansar así es que sean breves.
Todos permanecieron callados mientras el doctor y la enfermera se perdían en el corredor.
- Pero , ¿quien me va a decir lo que pasó con los Nazis, se escaparon o no? Volví a preguntar, esta vez con más determinación .
-Los Nazis están en prisión Juanito, gracias a las Aguilas, pero especialmente gracias a Ti.
-Cuando mencionó Las Aguilas, Doña Ana , notó mi gesto de sorpresa y como contestanto a mi pregunta telepática,
me dijo: - Oh sí, Las Aguilas. Ya he conversado con Héctor, con Manolo, con Goyo y todos los demás. Pablito y yo queremos ser miembro de la pandilla, espero que nos acepten.
-Por supuesto, respondí con una sonrisa en señal de aprobación dirigiendo mi mirada a Pablito que se había sentado junto a mí al otro lado de la cama. Por un momento me imaginé a Doña Ana sentada en el piso de la vieja cocina de La Casa de las Brujas. Volví a sonreír, esta vez me dolió la quijada.
-Gracias, se limitó a decir Pablito, visiblemente emocionado.
- Bueno, debemos obedecer al doctor. Pablito y yo estamos hospedados en el mismo piso y no nos vamos hasta que te pongas bien. Ahora los dejo solos para que conversen entre familia. Porque luego los periodistas no los van a dejar vivir. Que dios te bendiga hijo mío y sin decir más nada se marchó.
Mis padres y mis hermanos competían por un pedazo mío para abrazarme y besarme. Yo esperé pacientemente a que cesara el besuqueo. Estaba contento de estar vivo y sobre todo junto a mi familia y amigos que me querían.
- Mami, - pregunté de pronto, quien más me ha venido a visitar mientras estaba inconsciente.
- Todos tus amigos con sus padres, los periodistas, por supuesto, Doña Ana, ella no se ha separado de Ti ni un momento.
-Todos tenemos habitaciones para dormir en el hospital. - añadió Miriam .
- El segundo piso completo es para nosotros exclusivamente cortesía de Doña Ana . - comentó mi madre.
- Si pero, ¿quien más,? - volví a preguntar con mi mirada perdida en el espacio.
- Todos sonrieron picarescamente como guardando un secreto. Fue Miriam la que contestó en tono malicioso:
-Ya conocimos a tu novia
-¿ A quien te refieres ? - contesté tratando inútilmente de hacerme el tonto.
. - Si te refieres a Mary, no se ha movido de tu lado un minuto. La chica es encantadora y me luce que ustedes han hecho muy buena amistad - comentó mi madre. Su madre y yo también hemos hecho buena amistad .
-Amistad, Ha, - interrumpió Jorge en tono jocoso. - Los dos están enamorados como unos idiotas, Héctor me lo contó todo.
-Ese Héctor chismoso, deja que lo coja. Comenté, haciéndome el enojado, pero por dentro radiante de felicidad de pensar que Mary se había preocupado por mí. Sería posible que me quiera, pero si está en el hospital puede venir en cualquier momento, pensé . De un salto me levanté de la cama. Ya no sentía el dolor .
- ¿A donde vas? Preguntaron mis padres al unísono.
- A bañarme - respondí metiéndome rápidamente en el baño y cerrando la puerta tras de mi. Oh que bueno, tienen ducha grité desde adentro. ¿Alguien tiene jabón y un peine? pregunté alegremente y comencé a silbar mi melodía favorita.
- Salí del baño, vestido con mi pijama, mientras me peinaba. había dado solo dos pasos en dirección a la cama para volverme a acostar cuando sentí un corretear en el pasillo. Todos nos volvimos ansiosos hacia la puerta para ver quien era. La puerta se abrió, para dejar ver la figura jadeante de Mary. Su pelo en desorden y las sombras obscuras abajo de los ojos, delataban la noche de insomnio . Por un momento quedamos paralizados. Ella en el umbral y yo de pie junto a la cama, mirándonos fijamente sin saber que hacer o que decir. Instintivamente di un paso al frente como para recibirla. Ella se abalanzó sobre mi en una muestra espontánea de sus sentimientos. Por una eternidad nos abrazamos fuertemente. mientras ella hundía su cara en mi pecho ahogando los sollozos. Yo también lloré,
-Me quiere, pensé - Cuando volvimos en sí , miramos a nuestro alrededor en silencio, enjugándonos las lágrimas sin tratar ya de ocultar lo que sentíamos. Todos lloraban.


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Capitulo V
La Cueva del Tesoro

 


Habían pasado dos días desde que salí del hospital . Mientras esperaba la limusina que nos llevaría a la residencia de los Montoya en Miramar. Trataba en vano de poner en orden mis pensamientos. Todo había sucedido tan rápido, - pensé. Tantas cosas habían pasado desde el final de las vacaciones, algunas malas como la muerte de mi tío Manolo y otras, la mayoría buenas, como haber conocido a Mary y a mis nuevos amigos; Abraham, Pablito y Doña Ana. Los gritos de Miriam anunciando la llegada del auto interrumpio mis pensamientos.
Dona Ana y pablito salieron de la limusina para recibirme pensé que ya estarían cansados de abrazarme y besarme pero me equivoqué, los abrazos continuaron con mamá y papá. Miriam y Jorge competían con los vecinos por espacio para examinar la enorme limusina negra. Roger el chofer era un hombre de mediana edad, alto y corpulento, su tez blanca y ojos azules delataban su procedencia inglesa. Durante las interminables intercambios de afecto Roger mantuvo una aptitud robótica junto al vehículo. Sus ojos estudiaban cada movimiento de los curiosos vecinos sin perder un momento su rigidez militar. No obstante su aparente aire de ausencia, Roger se volvió como un resorte para abrir la puerta a Doña Ana. Pablito entró primero, yo lo seguí rápidamente sin ocultar mi entusiasmo, era la primera vez que entraba en un auto tan lujoso, solo los había visto en películas. Pablito tomó el lugar de anfitrión y comenzó a enseñarme todas las comodidades del auto. El bar lleno de copas y bebidas, el radio tocadiscos y el cristal oscuro que se levantaba para separar el chofer de los pasajeros. Doña Ana sonreía divertida. Solo me percaté que el tiempo había transcurrido con rapidez cuando escuché la voz melodiosa de Doña Ana
- Ya estamos aquí.- - Nos detuvimos brevemente frente a la enorme reja de hierro. El escudo de armas en la parte superior de la reja se dividió en dos cuando se abrieron empujadas por los guardias de seguridad, los cuales la cerraron inmediatamente que pasó el auto. Dos negros de cabellera blanca trabajaban en el jardín al borde del camino, ambos se irguieron en atención e inclinaron las cabezas en señal de respeto al paso del vehículo. El sol de la mañana daba de frente al parabrisas del chofer lo cual me obligaba a mirar solo hacia los lados del camino. Plantas que no había visto nunca servían de fondo a los canteros de flores exóticas que adornaban ambos lados del camino. Estatuas y pequeñas fuentes marcaban la entrada de pequeños senderos bordeados de flores que se adentraban en la foresta más allá del camino como en los cuentos de hadas. Finalmente el auto dio un viraje alrededor de una gran fuente con una gigantesca estatua de Neptuno en el centro y se detuvo frente a la entrada principal. Abrí la puerta del auto y salí de un salto, cuando miré la cara del chofer hice un gesto con las manos y los hombros lo cual Roger entendió perfectamente. El trató de sonreír pero sus músculos faciales no le acompañaron y la media sonrisa se convirtió en una mueca. Al verlo, Doña Ana Pablito y yo rompimos en una carcajada al unísono la cual se convirtió en casi histeria cuando volvimos a mirar a Roger el cual permanecía inmóvil junto al auto. Su intento de sonrisa se había convertido en pucheros de los que hacen los niños antes de llorar. En este estado incoherente pasamos entre los criados que salían a recibirnos. Sin dejar de reirnos atravesamos el umbral de la gran puerta que me recordó la catedral de la Habana. Doña Ana se quitó el sombrero y se lo dio a Emma la ama de llaves mientras me presentaba todavía entre risas-
-Emma este es nuestro Juanito
- Bienvenido - Respondió Emma y las otras dos criadas uniformadas junto a ella repitieron al unísono. -Yo traté de controlar la risa, después de todo no era para tanto, me pareció que Pablito y Doña Ana trataban de hacer lo mismo, pero para entonces Emma y las criadas se reían histéricamente contagiadas con nuestra risa. Yo seguí a Pablito y a Doña Ana a la biblioteca. Allí, nos dejamos caer en enormes butacas de cuero secándonos las lágrimas que nos corrían copiosamente por las mejillas.
-Dios mío nunca me había reído tanto- exclamó Doña Ana - A mi me duele el estómago aseguró pablito
-Y yo ni se de que me ...... Río
De pronto los dos sorprendieron mi cara de asombro y mi mirada fija en una vieja vitrina a otro lado del salón.
- ¿Que sucede? - preguntó Doña Ana
Pablito mirando en dirección a la vitrina exclamó:
-Tal parece que has visto un fantasma.
Asiendo caso omiso de las preguntas de Doña Ana y Pablito, sin quitar la vista de la vitrina me levanté como un autómata y la Abrí de par en par, Con mucho cuidado levanté el objeto de mi curiosidad utilizando las dos manos como para cerciorarme que no lo dejaría caer. Con pasos cautelosos me acerqué a la pequeña mesa de caoba y mármol que separaban las butacas y coloqué el objeto con gran ceremonia. Doña Ana y Pablito habían dejado de reír y me observaban ahora con estudiada paciencia en espera de mi explicación. Me senté nuevamente en la butaca y comencé a relatar con lujo de detalles mi encuentro con la tía de Pablito en la funeraria y mi sospecha de que el cuervo estaba en el sótano de la finca. Cuando hube terminado Los ojos de Doña Ana y Pablito estaban más grandes que de costumbre.
-Entonces.. ¿ tu crees que este es ...... ?
-Sí, el cuervo de oro-, -respondí interrumpiéndola sin poder quitar la vista al cuervo dorado que había sacado de la vitrina. - La estatua medía aproximadamente 16 pulgadas. Por el peso parecía ser de oro macizo. Había sido grabada con gran detalle. Las alas parcialmente cerradas y el pico entre abierto con el cuello ligeramente torcido hacía un lado daba la impresión que iba a levantar el vuelo. Solo una de las enormes patas se aferraba a la roca que formaba la base, lo cual inyectaba movimiento a la ya viva proyección de lo que era sin duda una obra de arte. Pero lo más impresionante del cuervo eran sus ojos; dos enormes rubíes despedían destellos de luz apreciables de cualquier ángulo que lo observaras. Las piedras preciosas parecían haber sido incrustadas en la forma precisa para lograr un aspecto agresivo.
Saliendo un poco de mi estupor, me incorporé y tomando el cuervo en mis manos pregunté:
-¿Es de oro de verdad?
-Si -contestó Doña Ana
- Y los ojos son rubíes de verdad. - adelantó Pablito
-¿Crees que este es el cuervo de oro donde está el mapa? --Preguntó Pablito en tono nervioso levantándose de la butaca para mirar más de cerca el extraño cuervo.
-Pronto lo sabremos, -contesté mientras mi índice y mi pulgar apretaban el ojo izquierdo del cuervo, de pronto suavicé la presión de mis dedos y miré a Doña Ana como esperando su aprobación. Ella acentuó con la cabeza y lanzando un profundo suspiro exclamó:
-Claro, continúa, has lo que tengas que hacer Juanito
Mi vista volvió al cuervo y apretando con todas mis fuerzas el enorme rubí que hacía de ojo izquierdo, comencé a desenrroscarlo lentamente, casi con miedo separé el rubí de la estatua y se lo di a Pablito, Doña Ana no había podido contener la curiosidad y poniéndose de pie trató de insertar la uña de su dedo meñique en el agujero, pero este era muy pequeño. Instintivamente voltee el cuervo y un rollito largo de papel enserado calló al suelo. Pablito lo recogió de inmediato y arrodillándose sobre el viejo damasco que servía de alfombra debajo de la mesa, comenzó a desenrrollarlo nerviosamente.
- Con cuidado Pablito , ábrelo con mucho cuidado - Aconsejó Doña Ana con voz temblorosa mientras se dirigía rápidamente a la puerta de la biblioteca y las cerraba con pestillo, después de cerciorarse que nadie había escuchado en el pasillo.
-Estoy emocionada, déjenme mirarlo -Exclamó Doña Ana tomando el mapa en sus manos. Después de unos instantes en los que leyó en voz susurrante algunos de los nombres que aparecían en el amarillento mapa y le dio varias vueltas para examinarlo de diferentes ángulos me lo entregó en un gesto de derrota:
-Toma Juanito, No se nada de mapas pero este no parese dar mucha información. ¿Verdad? Dicho esto, dio unos pasos y se dejó caer de nuevo en el gran butacón de piel.
-Bueno hay que estudiarlo con detenimiento, respondí tratando de infundirle ánimo, y dirigiéndome a Doña Ana coloqué el mapa en el ancho brazo del batición donde ambos podíamos observarlo. - por lo que veo, continué diciendo, el tesoro está en un pueblo aquí en la provincia de la Habana. ¿Ves? Le dije mientras señalaba con el índices una de las palabras escrita con tinta china: Tapaste. Este símbolo significa una cueva y esta otra línea indefinida que parece atravesar la cueva puede ser un río.
-Si, es cierto mamá, Juanito tiene razón, no hay duda que mi padre escondió el tesoro en una cueva.
-Si Pablito yo creo que Juanito ha descifrado el mapa y por primera vez creo en la existencia del tesoro. Por este pedazito de papel mataron a tu padre y a tu tía Pablito. Exclamó Dona Ana y por unos instante, su mirada se perdió en el abstracto de sus propios recuerdos.
-Y por poco nos matan a todos. -añadió Pablito
- Es cierto, hijo, pero Dios no ha querido que fuera así y aquí estamos llenos de vida y de planes para seguir adelante. -Continuó diciendo Dona Ana, no se como, pero siento que debemos terminar lo que tu padre comenzó. Confieso que estoy muy emocionada. Bueno Juanito como miembros de las Aguilas que somos, Pablito y yo nos ponemos a tus órdenes. Quedas oficialmente a cargo de esta expedición de rescate, ¿Cual es nuestro próximo paso?
-Gracias Doña Ana por la confianza que depositan en mi, -contesté un poco apenado. Los tres guardamos silencio por una eternidad. Mi mente trabajaba a gran velocidad tratando de improvisar un plan de acción, pero las ideas acudían tan rápidas que no podía ordenarlas. Finalmente contesté:
-Lo primero que debemos hacer es no hablar una palabra sobre el mapa a nadie. Absolutamente a nadie, no puede salir de nosotros tres.
-Llévate el mapa para que lo estudies . Propuso Doña Ana
-No se, tengo miedo que se me pierda, o, ....ya se, ?Porque no lo volvemos a poner dentro del cuervo de oro en su vitrina, ahí estará seguro.
- Está bien, se hará como tu digas asentó Dona Ana.
- De todas formas la información contenida en el mapa depende de localizar la cueva en Tapaste. Continué diciendo mientras introducía el mapa en el cuervo de oro y atornillaba nuevamente el inmenso rubí.
-¿ Porque no vamos a Tapaste y preguntamos? - Sugirió
Pablito.
-Quizás tengamos que hacerlo, -Respondí,
-Pero antes vamos a indagar a la Sociedad de Exploradores de Cuba. Ellos tienen sus oficinas en la Habana vieja y deben de tener datos sobre todas la cuevas existentes en la isla.

-Es cierto yo se donde están localizados. Me llamó la atención porque la oficina está encerrada en un pedazo de la muralla que rodeaba la vieja ciudad de la Habana en el tiempo de la colonia. -Exclamó Doña Ana visiblemente entusiasmada ante la perspectiva de una gran aventura. - Hice reservaciones para almorzar en el clube y después visitaremos la vieja muralla. ¿Les parece bien?
- Muy bien, -Contestó Pablito hablando por mi también, - Pero antes quiero enseñarle todos mis escondites a Juanito exclamó con visible entusiasmo. Los dos miramos a Doña Ana esperando su aprobación.
-Está bien le diré a Roger que tenga el auto listo a las 11:30
así tendremos tiempo de almorzar y llegar a la muralla poco después de la siesta. - Recuerden a las 11:30 aquí en la biblioteca --volvió a repetir Doña Ana en tono musical mientras subía ágilmente las anchas escaleras de mármol rojo que conducían a los dormitorios superiores.
La residencia de los Montoyas resultó ser más impresionante que lo que podría haber imaginado. Los escondites de Pablito me parecieron realmente excepcionales. Uno de mis preferidos fue la despensa de vinos en el sótano con sus anaqueles de cedro y sus estantes repletos de botellas polvorientas algunas de ellas embazadas mucho antes de nacer mis abuelos. Finalmente salimos por la puerta principal y nos sentamos en el muro de piedra de la gran fuente de Neptuno. De pronto Pablito me dijo:
- Espera un momento Juanito se me olvida algo importante. - El chico entró en la casa corriendo, al poco rato apareció con una sonrisa picaresca en los labios. Deduje que tenía que ver algo con la inmensa llave que traía en la mano. Con aire de misterio me dijo:
- Vamos, te voy a enseñar el jardín, pero algo en el tono de su voz me decía que Pablito tenía algo entre manos. En realidad todos los terrenos que rodeaban la mansión eran un gigantesco jardín botánico de más de 50 hectáreas de extensión mantenidos por un ejército de jardineros, Pablito no sabía cuantos laboraban a diario en este paraíso privado. El camino de asfalto que serpenteaba desde la entrada principal hasta la mansión y continuaba más allá hasta la entrada de servicios , dividía la propiedad en dos partes. En una se encontraba el edificio de los sirvientes, el campo de tenis, y el terreno de jugar golf. En el otro, una piscina olímpica y cabanas. Más allá un riachuelo movía a regañadientes un viejo molino. Un pintoresco puente estilo japones unía reverente las dos riveras. Preferí cruzarlo saltando sobre las piedras, mi amigo se detuvo por un momento, luego hizo lo mismo. Continuamos caminando corriente arriba. A cada paso examinaba detalles del camino y Pablito compartía conmigo como si aquello fuera nuevo para el. El riachuelo parecía tener su origen en una cascada de considerable volumen. El salto de agua caía desde una alta formación de rocas las cuales parecían una pared inexpugnable. Al caer, el agua se desplazaba entre las rocas formando una espuma blanca para convertirse finalmente en un pequeño lago de aguas cristalinas repletos de peces de colores. Me extrañó que el volumen del agua de la cascada era considerablemente menor que el que corría por el cause del riachuelo. Las rocas adyacentes a la cascada formaban una escalera natural que nos permitía escalar sin esfuerzo el pequeño promontorio. Los peldaños cincelados en la piedra nos guiaban hacia la parte lateral de la cascada. Para mi sorpresa, el espacio entre la pared de roca y la de agua, era suficiente para adentrarse detrás de ella. Esto no se podía observar desde el jardín. De pronto perdí de vista a Pablito el cual caminaba unos pasos delante de mi. El ruido del agua precipitándose contra las rocas era ensordecedor De pronto tropecé con una puerta de hierro entre abierta la cual protegía una angosta apertura cincelada en la roca ya ennegrecida por el tiempo. Me adentré en un oscuro pero pequeño túnel, al final del cual la luz era tan potente que no me permitía ver nada. Solo había andado unos pasos tanteando en la oscuridad, cuando comencé a escuchar los gritos de Pablito llamándome. Su voz parecía emanar de la luz. Por un momento no supe que pensar. Cuando finalmente llegué al final del pequeño túnel la potente luz me obligó a cerrar los ojos un instante para adaptarlos a la claridad.
-Bienvenido al lago escondido - gritó Pablito con gran júbilo con los brazos cruzados de pie sobre un pequeño promontorio de rocas. El panorama que se presentaba ante mi era de una belleza indescriptible. Miré a mi alrededor. La formación de rocas formaban una pared semi circular la cual encerraba totalmente el área. Dos cascadas caían desde diferentes lugares. La más alta jugueteaba entre las rocas antes de llegar finalmente con un suave salto al maravilloso lago de cielo y espuma. La otra caía directamente a una canal lisa esculpida en la piedra para ser usada algo así como un trampolín acuático. palmas traídas de Arabia acentuaban los jardines que rodeaban el lago escondido y le daban un aspecto de oasis.
-Esto es maravilloso, - exclamé el voz alta compitiendo con el ruido de las cascadas.- Tenemos que traer a la pandilla aquí
-De acuerdo, respondió Pablito- Podríamos reunirnos aquí de ves en cuando.
-¿Porque no?, a todos les gustará, -Respondí casi para dentro de mi mientras estudiaba los más mínimos detalles del lago escondido.
-Mamá nos espera, -Advirtió Pablito bajándose de la roca donde se había subido. Pero no lo escuchaba, en ese momento me imaginaba caminando con Mary entre las palmas del jardín
cogidos de las manos.
- Juanito, ¿no me oistes? debemos apresurarnos, ya son las 11:30 Esta vez lo escuché, me había gritado en el oído, y con la misma se había echado a correr en dirección a la mansión. No había duda que aquello era un reto. Saliendo rápidamente de mi letargo, emprendí una carrera tratando de alcanzarlo. Cuando él me vio apresuró el paso, los dos llegamos casi al mismo tiempo a la entrada principal donde nos esperaba Roger, Doña Ana y la promesa de una tarde interesante.
El clube tenía un aire de exclusividad. Nos sentamos en una terraza soleada debajo de enormes sombrillas de color verde y blanco. El acento del camarero era marcadamente francés y no le entendí nada cuando sugirió el plato del día. Sus pequeños ojos azules se movían nerviosamente de un lado a otro. Sus manos largas y delicadas hacían juego con su manierismo un tanto femenino. El menú escrito en francés e Ingles no me fue de gran ayuda. Doña Ana se había puesto unos pequeños espejuelos con la armadura de carey y se disponía a examinar su menú, pero al darse cuenta de mi precaria situación, acudió de inmediato a mi rescate.
- ¿Que les parece unas fritas con papitas o quizás emparedados cubanos?
-Buena idea, -Exclamé con alivio, -Un emparedado cubano y una cocacola.
- Lo mismo para mi, Decidió Pablito poniendo el elegante menú sobre la mesa.
- Tres de lo mismo, -Repitió Doña Ana con una sonrisa mientras colectaba los tres menú y se los entregaba al camarero.
Después del almuerzo nos dirigimos al la Habana vieja rumbo a las oficinas de la Sociedad de Exploradores. Ellas se habían construído en lo que fuera un arco de entrada de la antigua muralla. Dicho de otra manera, una pequeña porción de lo que quedaba de la muralla, muy pintoresca por cierto, porque el musgo y la madreselva cubrían una gran parte de la vieja estructura. Solo quedaban al descubierto algunas piedras de cantería y ladrillos, con los cuales los españoles solían edificar sus fortificaciones para protegerse de los ataques de piratas y bucaneros. La calle contigua a la muralla era demasiado estrecha para estacionar el auto, de manera que Roger nos esperó en una pequeña plaza a una cuadra de la muralla. La calle se había mantenido cubierta de adoquines. Caminábamos sobre ellos con alguna dificultad mirando hacia el piso para no tropezar.
-¿Porqué no arreglan esta calle?- Preguntó Pablito optando por continuar su camino por la acera.
-Porque esta calle y el pedazo de muralla donde vamos a entrar son como un museo, para que todos podamos ver como eran las cosas en el tiempo de la colonia. -Contestó Dona Ana
-Pero .... ¿de donde sacaron tantas rocas lisas del mismo tamaño?, -volvió a preguntar Pablito. Metiéndose las manos en los bolsillos. -Todos nos detuvimos, habíamos llegado a la entrada de la muralla
-Bueno, trataré de explicártelo hijo, -Dona Ana se quitó el sombrero Panamá, de ala ancha ceñido con un lazo de tul azul el cual caía sobre la parte posterior casi sobre los hombros. Era una tarde calurosa aunque parcialmente soleada. Las pequeñas nubes blancas parecían andar más de prisa que lo usual. El viejo sol se escondía ahora detrás de la muralla creando una agradable sombra.
-Al principio de la colonización, -continuó explicando Doña Ana - los españoles llenaban el fondo de las bodegas de los barcos con estos adoquines. El peso de estas piedras bajaba el centro de gravedad de las carabelas, dándole mayor estabilidad durante las peligrosas tormentas del Atlántico. Cuando llegaban al nuevo mundo, utilizaban los adoquines para construir las calles. - ¿Pablito recuerdas el año pasado cuando caminamos sobre adoquines parecidos en Roma?.
-Es cierto, la vieja ciudad está llena de calles de adoquines.
-Bueno, muchas ciudades de Europa han mantenido sus adoquines y no lo han hecho solo por mantener ese aspecto de eternidad que proyectan, sino, también porque propician el drenaje y se evitan las aguas estancadas.
-Bueno, ¿Qué pasaba cuando los sorprendía una tormenta en el viaje de regreso sin adoquines?
- He oído que llenaban las partes bajas de los barcos de cocos, de esa manera no solo le servían de contrapeso
sino, también de agua potable y comestibles cuando se quedaban cortos. Esta práctica la iniciaron los negreros, los cuales eran barcos siniestros capitaneados por hombres sin escrúpulos. Ellos zarpaban de África con sus bodegas llenas de negros esclavos y de regreso las llenaban con cocos.
_ ¿Donde están las minas de oro? - Continuo increpando Pablito, claramente complacido con las respuestas de Doña Ana
-Habían algunas minas, pero mayormente lo encontraban en los bancos de los ríos. Al principio ellos mismos buscaban el oro, pero pronto la codicia los envileció y esclavizaron la población indígena de la isla, obligándolos a trabajar sin descanso en la búsqueda de oro. El amor por la libertad del indígena cubano era tal, que preferían morir a ser esclavos. La práctica de suicidios en masa de los indios Tainos se expandió rápidamente por la Isla hasta que no quedaron más indios para trabajar. Fue entonces que los españoles tuvieron la idea de traer negros de África para continuar extrayendo el oro y mas tarde para el cultivo del azúcar, el café y el tabaco.
-Por eso es que no hay población india en Cuba, -Dedujo Pablito en alta voz. Yo permanecí en silencio durante toda la explicación. Había leído algo sobre eso en los libros de historia pero algunos datos eran nuevos para mi. No había duda que Doña Ana era una mujer inteligente y de gran educación. - -Pensé.
Una vez dentro del recinto de los exploradores, Doña Ana se dirigió a uno de los octogenarios el cual fumaba una pipa con aire autoritario.
-Buenas tarde, - Exclamó Doña Ana tratando de llamar la atención del viejo explorador, cuya mirada al igual que su edad parecía perdida en el pasado. El anciano era un hombre delgado de poca estatura, su semblante esquelético y sus ojos hundidos, así como las arrugas alrededor de sus labios le daban un aspecto interesante y una espesa cabellera blanca parecía reírse de los años, mientras acentuaba aun más los estragos que el tiempo había dejado en la cara.
- Estoy preparando un escrito sobre lo interesante del subsuelo cubano y sus cuevas. He oído algo sobre las Cuevas de Tapaste
- No señora, no he oído nada ¿dónde fue el desastre? - Preguntó el anciano respondiendo a una pregunta que nunca fue hecha y poniéndose la mano derecha en el oído en forma de diapasón para escuchar mejor.
- No señor, usted . No me ha entendido, -Reclamó Doña Ana subiendo el volumen de su voz - Yo no dije Desastre dije Tapaste. Las Cuevas de Tapaste.
-Las Cuevas de Tapaste Pedrito, -Repitió otro octogenario que observaba de cerca. Su intervención inmediata puso de manifiesto que los hechos habían ocurrido en ocasiones anteriores. El volumen de su voz era tal que todos se volvieron a nosotros. Por unos instantes hubo un silencio, después de lo cual el anciano sordo respondió.
-No grites Felipe la escuché perfectamente, la Señora quiere saber sobre las Cuevas de Tapaste. ¿No es cierto Señora?
-Sí, -Contestó Doña Ana con alivio mientras movía la cabeza varias veces en forma afirmativa.
-Felipe se retiró con una sonrisa en los labios y una estudiada expresión de víctima reflejada en su rostro.
-Venga conmigo por favor, le enseñaré donde están los mapas de esas cuevas. Disculpe a Felipe señora, el es un gran explorador, pero tiene la mala costumbre de hablar muy alto, y se mete en lo que no le importa. - Adelantó Pedrito en tono personal y bajando el volumen como para no ser oído.
-Doña Ana, Pablito y yo lo seguimos lentamente hasta unos estantes llenos de enormes libros. Ajustándose el monóculo en el ojo izquierdo, deslizó su arrugado índice sobre los viejos libros hasta detenerse en uno donde se podía leer la palabra Tapaste.
-Aquí tiene Señora ........he..
-Montoya - Contestó Doña Ana - Señora Montoya
-Sí, ......Bueno, aquí encontrará todo lo que se ha estudiado de las cuevas de Tapaste. Si necesitan papel de calcar, sírvanse allá en la mesita de la esquina, pero recuerden no pueden arrancar ninguna página del libro ni escribir nada en el.
-Entendido, muchas gracias, - acentúo Doña Ana pronunciando con énfasis cada palabra como dándole una oportunidad al anciano que leyera sus labios.
-De nada, estoy aquí para servirle, Contestó el anciano con seguridad, visiblemente satisfecho de haber entendido lo que Dona Ana le decía y se retiró lentamente hacia el interior del recinto.
-Pablito abrió el libro sobre una mesa. Las primeras hojas destacaban el historial de las cuevas, cuando fueron descubiertas y descripciones legales referente al terreno, propietarios y otros datos que no nos interesaban. Finalmente nos detuvimos en el mapa de la cueva. La información contenida era demasiada para memorizarla o simplemente hacer notas. Por tal razón decidimos calcar el mapa completo, lo cual hicimos con gran esmero utilizando dos papeles debido al tamaño. Todos estudiábamos el amarillento mapa tratando de familiarizarnos con su contenido
-Hay algo aquí que no entiendo exclamé casi hablando conmigo mismo.
- ¿Qué no entiendes Juanito,? -Preguntó Doña Ana
-Bueno aquí en el índice de descripción, enseñan el símbolo de los túneles, este es el de los salones con sus estalactitas, estalagmitas y ramos, este es el símbolo de entrada a la cueva. Todos están debidamente definidos en el mapa excepto uno.
-¿Cuál? - Preguntó Doña Ana con gran expectativa..
-El símbolo de agua . Según este mapa no existe ningún río o manantial en las cuevas de Tapaste.
-¿Estás seguro?
-No, no realmente no estoy seguro,....... ¿Porqué no preguntamos a alguien?. Contesté, mirando en dirección a la entrada. De inmediato Doña Ana se dirigió a la oficina principal . Esta vez regresó con un explorador sin aparentes impedimentos auditivos.
-A ver, ustedes buscan un río, bien donde ............
- Tapaste. Interrumpió Doña Ana con voz firme.
-¿Tapaste? , no necesito mirar el mapa, conozco esas cuevas muy bien las he explorados varias veces y puedo asegurarles que no existe ningún río o siquiera manantial alguno en ellas.
- Bueno en ese caso no hay nada más que indagar. muchas gracias por su cooperación y disculpen la molestia. - respondió Doña Ana en tono de derrota suspirando profundamente. Sin pronunciar palabra, doblé el mapa que habíamos calcado y lo guardé en el bolsillo de mi camisa. Todos mantuvimos silencio hasta que salimos de la muralla. De inmediato sentimos un alivio en los pulmones al respirar el aire puro procedente de la bahía a solo unos metros de distancia. No había duda que la respiración se dificultaba en su interior debido a la gran humedad y el intenso olor a moho concentrado en sus paredes.
Después de recorrer el corto tramo que nos separa de Roger, entramos en el auto sin decir una palabra. Pablito habló primero:
- Bueno, ¿Y ahora qué?
- No sé, - contesté de inmediato -confieso que estoy confundido. Creo que debemos de reunir la pandilla, explicarles el dilema y dejar que cada cual aporte algo , eso es lo que siempre hemos hecho cuando tenemos un problema.
-Me parece muy bien, estoy ansiosa de conocer la famosa Casa de las Brujas. ¿Cuándo nos reunimos?- Preguntó Dona Ana
-¿Mañana domingo le parece bien .?
-Claro, mañana mismo, ¿verdad Mamá? Acentúo Pablito entusiasmado con la idea de su primera reunión como miembro de las Águilas.
-De acuerdo Juanito, -Afirmó Doña Ana.
-Lo único que me parece que la Casa de las Brujas no es lugar para una dama como usted Doña Ana. Hay muchas ranas e insectos en esta época del año y bueno ..... -No pude terminar, Doña Ana se incorporó en el asiento del auto y exclamó llena de júbilo:
-Ya sé, ¿Porqué no nos reunimos en mi casa? La biblioteca es privada y confortable. Roger podrá recoger a cada uno en sus casas y llevarlos de vuelta después de la reunión. Permíteme hacer esto como miembro de las Águilas, realmente me siento culpable de haberte puesto en una situación incómoda con mi presencia en la Casa de las Brujas.
-Doña Ana su presencia no es problema ninguno, - Respondí tratando de sonar convincente pero en mi interior sabía que ella tenía razón.
-De todas formas Por favor compláceme y acepta mi invitación. -Insistió Dona Ana.
-Por supuesto que su biblioteca es el lugar ideal. A nombre de las Águilas acepto su invitación.
-Fantástico, -Exclamó Pablito, - ¿A qué hora nos reunimos?
-¿A qué hora le es conveniente Doña Ana?
-Para mi cualquier hora es buena, ¿Cuál es la mejor para ustedes.? -Contestó.
-Bueno como a las dos de la tarde para no interferir con la misa, dominical -afirmé, acordándome que había prometido a Mary acompañarla a la misa de las once. Me vino a la mente que a Mary le encantaría la idea de no tenerse que enfrentar a las ranas en la Casa de las Brujas. Ella tenía una aversión especial por esos babosos anfibios. En ese momento me sentí un tanto avergonzado por haber pensado egoístamente en mi conveniencia, pero permanecí en silencio.
- Doña Ana, ¿Me podría dejar aquí cerca en casa de Héctor?, después yo seguiré a pie para mi casa, -¿Está bien?.
-Por su puesto Juanito. -Contestó Doña Ana, acto seguido le dio vueltas a la manigueta bajando el cristal que nos separaba del chofer y ordenó: -Roger, toma la dirección que te va a dar Juanito para ir a la residencia de Héctor, y Roger, Mañana recogerás a varios miembros de nuestra pandilla. Ten bien seguro que tomas todas las direcciones de Juanito. Siguió ordenando Doña Ana. No queremos que falte nadie a la reunión.
- La dirección no la se, pero te puedo guiar, dobla izquierda en el malecón y cuando pases el anfiteatro dobla izquierda hasta la segunda boca calle, ahí está , .....bueno no es una residencia, es un solar. -Aclaré, por miedo a que una gran señora como ella se sintiera mal en una vivienda aún más humilde que la mía.
-¿Qué es un solar? Indagó Pablito. Su mirada inquisitiva iba nerviosamente de Doña Ana a mi -Su mamá contestó primero.
-Yo he oído hablar de ellos, pero confieso que nunca he estado en uno. Esto va a ser una experiencia interesante. exclamó la señora Montoya
-Un solar es ....... Bueno ya estamos llegando, será mejor que formes tus propias opiniones, - contesté. -Pablito se dejó caer en el asiento mirando por la ventana con aire de aburrimiento.
-Allí donde está el chino vendiendo frutas, apunté, ese es el solar. - Roger estacionó el lujoso vehículo en la misma acera donde estaba situado el vendedor ambulante, justo frente al gran portón de la entrada del solar. No habíamos abierto aún las puertas para salir del auto, y ya todos los ojos estaban sobre nosotros. Doña Ana salió primero ayudada por Roger y acto seguido salimos Pablito y yo. Esta vez dejé que Roger me abriera la puerta, el me obsequió con una sonrisa. Las dos señoras y el chino permanecían indiscrétamente inmóviles. Los miré por un momento, no había duda que se habían convertido en piedra. Con pasos ligeros me adelanté a Pablito hasta llegar a la puerta del cuarto donde vivía Héctor. Toqué la puerta con los nudillos fuertemente, pero la novela radial que se escuchaban en varios cuartos al mismo tiempo parecía hallarse en su punto culminante y tuve que volver a tocar, esta vez acompañe mis toques con un buen grito....!.Héctor! - La puerta se abrió y Héctor nos recibió con una sonrisa que no venía de acuerdo con su gesto de asombro.
-Adelante señora Montoya, que sorpresa, pase adelante, están en su casa. Su tía Rosa se había quedado dormida oyendo la novela y trataba inútilmente de levantarse y despertarse al mismo tiempo.
-¿Quién es ? Preguntó Rosa poniéndose los espejuelos.
-Ah Juanito y .........
-La señora Montoya y su hijo Pablito, Tía, yo te conté que hablé con ellos en el hospital cuando Juanito estaba inconsciente. -Explicó Héctor
-Sí, sí, mucho gusto señora Montoya. bienvenidos a nuestro humilde barracón y perdonen el reguero. -
todos sonreíamos sin pronunciar palabra. -
-Sientése señora, insistió Rosa, tomando el respaldar del sillón con las dos manos en un gesto autoritario. el sillón de madera, barnizada era el único asiento disponible en el cuarto. Doña Ana se sentó con una sonrisa. -Pablito, Héctor y yo permanecimos de pie. Rosa se sentó en el borde de la cama cerca de Doña Ana.
-¿Quiére café señora Montoya? - Lo estamos colando. Insistió la tía de Héctor.
-Oh, sí gracias , que bien me viene un cafesito ahora.
-contestó , con aparente entusiasmo Doña Ana -Pensé que lo hacía para hacer sentir bien a Rosa. El café iba ha ser colado al estilo carretero. Un embudo de grueso paño de algodón sujetado a un aro de aluminio en su parte ancha servía de colador. El café molido había sido hervido primero en un jarro de aluminio como un cocimiento y ahora la mezcla de agua y café se hallaba lista para ser colada en el embudo. El oscuro líquido caía libre de borra en un jarro debajo del colador, inundando la estancia con su excitante aroma.
-Rosa había sacado una tacita de una gaveta de la cómoda, pero ya Dona Ana sujetaba el pequeño jarro de aluminio lleno del humeante café que le había dado Héctor.
-!Que pena Héctor!. ¿Cómo se lo diste en el jarro?, tu sabes que yo tengo tacitas para las visitas.
-No importa Rosa -Exclamó complacida Dona Ana mientras saboreaba el delicioso café. Su primero en un solar.
-He oído que en el jarrito sabe mejor, creo que tenían razón añadió con genuino entusiasmo mientras se empinaba del pequeño recipiente de aluminio, en el clásico último buchito.